El Athletic vuelve a ser campeón de la Copa del Rey. En una edición que dio más lustre al nuevo formato del torneo del KO español, los de Ernesto Valverde derrotaron al Mallorca en la final de La Cartuja de Sevilla por la vía de la tanda de penaltis. Se vieron las caras con unos soldados de Javier Aguirre que también ganaron. Lo hicieron a su manera. Aguantaron hasta forzar los más de 120 minutos de batalla en una cita que se disputó en sábado y en domingo.
Su ejercicio fue de fe, pero sería incompleto reducirlo a un plan de aguante ante las acometidas de los de San Mamés. No se desarrolló así. Los isleños no solo se adelantaron en el marcador a los 21 minutos, sino que dispusieron de ocasiones claras para llevarse el trofeo a sus vitrinas tanto después de encajar el gol del empate como en la prórroga. El aficionado de Son Moix no olvidará un cabezazo de Muriqi al borde del pitido final que Julen Agirrezabala sacó con una gran estirada abajo a su izquierda.
El joven portero es uno de los héroes de la gesta bilbaína, el rostro más reconocible junto al de Nico Williams. El extremo dio la asistencia merced a la que Oihan Sancet anotó el 1-1, aunque podría haber sumado su propio nombre perfectamente al electrónico con un recital de eslálones, de electricidad, de ideas y de atrevimiento por la banda izquierda que puso en jaque el blindaje del 'Vasco' y accionó su posterior derrota.
El trabajo del menor de los hermanos Williams es inherente a la victoria. De no haber estado él ahí para robar la pelota en tres cuartos de campo, llevarla a la frontal, ofrecérsela a Sancet entre líneas, a la espalda de la retaguardia del Mallorca, y ver a su compañero mandarla al fondo de las mallas a palo cruzado, es probable que el Athletic no hubiera hallado otra manera tan efectiva de echar abajo una muralla que escupía cada cuero colgado y cada centro lateral como si fuera sencillo.
En esta empresa, se presentaron cruciales muchos jugadores. Especialmente, Samú Costa. La suya fue una noche de demostración de que el fútbol de élite puede alejarse un poco de la técnica para elogiar el empaque, la garra y la insistencia de un perro de presa del centro del campo que estuvo presente en prácticamente cada apartado del verde. Despejaba centros, iba a contrabalones, cortaba contras... Era un coche escoba.
Es por jugadores como él que los bermellones aguantaron tanto tras ponerse por delante en el marcador. El autor de la diana para ello, Dani Rodríguez, abrió la lata con un golpeo de pelota preciso y sutil tras varios rechaces en un córner. Samú Costa peinó un envío que Gio González remachó de volea, que dio en la zaga, que Copete reeditó, que Agirrezabala salvó, que Raíllo recibió y que el central usó para servir de cara y que el '10' parara el tiempo, levantara la cabeza y colara el esférico justo por el único hueco que tenía disponible.
A los 'leones' les sorprendió que los baleares salieran al partido muy lejos de los pronósticos que apuntaban a una táctica ultradefensiva por parte de Javier Aguirre. El mexicano era consciente de la calidad rival, pero también de que una final tan solo se pude gestionar de una manera tan conservadora cuando el riesgo es máximo y no había mayor riesgo que asumir más de 90 minutos garantizados de asedio vasco.
En líneas generales, eso sí, el guion que se esperaba se plasmó en bastantes aspectos, pues el Athletic llevó el peso del encuentro y adoleció de una falta de lucidez arriba que es relativa. Desde un punto de vista, se puede concluir que Iñaki Williams, discreto, podría haber aportado más, al igual que Gorka Guruzeta. Desde otro, se debe elogiar la capacidad de la defensa insular para anularles. Solo escapó a su embudo Nico.
El buen hacer del extremo resultó evidente y pudo incluso opacar la labor de otros compañeros que también se antojaron fundamentales para que los 'leones' se presentaran como la opción más completa a la victoria. El mejor caso es el de Íñigo Ruiz de Galarreta, un pilar del esquema de Ernesto Valverde que rara vez falló un pase, que distribuyó el balón con criterio y que garantizó siempre -o casi siempre- una línea de asociación fluida y sin salidas de tono.
Tampoco cometió errores de bulto el Real Club Deportivo. Se podría señalar que, conforme el cansancio azuzaba las piernas, se multiplicaban riesgos innecesarios como una pelota rasa hacia Greif que le obligó a correr hacia la banda para sacar de atrás. De todos modos, también se podrían buscar equivocaciones de este tipo no ya en el conjunto rojiblanco en su totalidad, sino en Nico Williams, su 'MVP', que, en una mala entrega atrás, le regaló a Muriqi la oportunidad de disparar desde la frontal.
En este relato de contradicciones en el que cupieron tanto un Mallorca dado al aguante como uno valiente y tanto un Athletic dominante como uno sobresaltado por el descaro rival, Javier Aguirre ordenó llevar a Ernesto Valverde y los suyos al límite, a la tanda de penaltis. De hecho, celebró el pitido final como una fiesta para ofrecerles a sus futbolistas justo lo que necesitaban, un alivio y la instrucción de disfrutar del momento.
Su problema fue que los 'leones', acondicionados a este tipo de presión durante toda la temporada, no quebraron, sino que fueron testigo de cómo quebraban sus contrincantes. Un tiro precipitado de Manu Morlanes facilitó que Agirrezabala pusiera la primera piedra del triunfo de los suyos con una parada abajo a su zurda y un zapatazo de Radonjic afuera lo selló. Zarpa la nave rumbo a Baleares, a casa, orgullosa para sanar sus heridas. Peleó con honor. También zarpa la gabarra.