¿Y si es él? ¿Y si es el predestinado? ¿Y si es el llamado a hacer grandes cosas? ¿Y si Brasil ha encontrado al talento que la lleve a la gloria de nuevo? Estas preguntas son lógicas e ilógicas a la vez. Se presentan sobre la figura de Endrick desde sus primeros destellos en el 'Brasileirao', cuando, a pesar de exponer un talento innegable, todavía precisa de mucho rodaje. El problema -o bendición- llega cuando da motivos para que la afición de la 'Canarinha' se ilusione con razones de peso para ello.
Este sábado, decantó la balanza del partido amistoso internacional entre los de Dorival Júnior, que se estrenaba en el banquillo, y la Selección de Inglaterra. Wembley, escenario grande. Los 'tres leones', rival grande. Debut de técnico, situación grande. Encuentro dividido y de borroso desenlace, momento grande. Minuto 80, el crono acompaña: está en la franja en que las manecillas del reloj se detienen cuando un jugador grande decide una cita grande.
Para accionar el triunfo de los suyos, le bastó con aparecer donde y cuando debía. Su entrenador le había dado entrada en el 71' por Rodrygo, el que más inventiva arrojó al campo del ataque visitante. Apenas tuvo tiempo de ofrecer un pase de tacón y alguna conducción de pelota cuando, lleno de fe, acompañó una cabalgada de Vinicius en persecución de un pase en profundidad de Andreas Pereira tras un balón que Savinho avanzó y que Lewis Dunk despejó mal.
¿Por qué tanta mención a los actores secundarios de la jugada del gol? Porque es la mejor manera de reflejar cómo Brasil ganó un duelo en el que sus individualidades tuvieron más gramaje que la colectividad británica. Los 'tres leones' devoraron el centro del campo hasta disparar el conteo de faltas de sus contrincantes -Lucas Paquetá pudo haber sido expulsado por reincidencia perfectamente-, pero su retaguardia tenía que gestionar a una ofensiva repleta de dinamita.
De ahí la velocidad con la que, a falta de un par de suspiros para el pitido final, Vini y Endrick se plantaron ante un Pickford que acertó a resolver el mano a mano con el madridista y que no podía llegar a tiempo a repeler el remache del futuro madridista. Mientras los europeos confiaban en amasar la posesión, en su superioridad y en el "calma, que llegará", el bando contrario no se lo pensaba tanto: mordía siempre que podía y acabó dando el bocado definitivo.
En el análisis general del partido, se puede concluir que Inglaterra fue mejor. Mandó en la zona medular, mostró diversidad de registros al ganar en segundas acciones, al sacar el balón jugado desde atrás y al hundir más al rival en su propio área. El problema, la carencia, una falta de contundencia y rapidez atrás que impulsó que, cuando la lógica dictaminaba que tenía que acabar dándose una ocasión clara de los de Southgate, quienes disponían de ella eran los de Dorival.
En una de estas situaciones, los anfitriones perdieron a uno de sus hombres más fiables atrás, Kyle Walker. El lateral esprintó para evitar que un tiro de Vinicius que ya había rebasado a Pickford se instalara en el fondo de las mallas, pero, por el esfuerzo de su arrancada, terminó por pedir el cambio. Y, con ello, recordó otro de los agujeros que se podrían hallar en la convocatoria de las islas: Ben White habría sido su sustituto ideal y rechazó ser llamado.
Donde no se echan en falta piezas es en el centro del campo, donde Bellingham desplegó el recital al que el Bernabéu se ha acostumbrado desde el comienzo de la campaña, uno basado en caracoleos y prórrogas infinitas de su control de la pelota hasta encontrar a un compañero... o hasta encontrar el suelo. Brasil no ideó otra solución que no pasara por segar las piernas de todo aquel que se pasara con tanta caricia al cuero y asumió riesgos que, en un partido oficial, quizás habrían sido demasiados.
Gracias a esta dinámica, los británicos pudieron explotar otro recurso de su maletín: el balón parado. Harry Maguire se erigió en su principal baza y, entre que no acertó arriba y que volvió a cometer errores de bulto atrás, se recordará, de nuevo, su actuación más por lo segundo que por cualquier intercepción o jugada bien interpretada, que las hubo. El asunto es que sus salidas de tono son demasiado sonoras: en un envío en largo que le tenía ganado a Raphinha, por ejemplo, dejó pasar demasiado tiempo antes de despejar tras un toque de cabeza del '11' y quiso pasar a Pickford con tan poca potencia que asistió así a su par. Para evitarle el escarnio, eso sí, el 'culé' falló.
Desconexiones como esta son las que restan credibilidad a la candidatura de Inglaterra a la Eurocopa, que es segura por lo colectivo, aunque no tanto por lo individual. También hay que tener en cuenta que este encuentro se afrontó sin Harry Kane y sin Bukayo Saka, dos piezas ofensivas de nivel que están tocadas físicamente. Sabor de boca agrio y ganas de probar de nuevo en el cuerpo técnico, por tanto. En el de la pentacampeona, certezas de que hay destellos individuales para marcar diferencias y mariposas en el estómago. ¿Será él?