Hay veces en la vida en la que uno sabe qué va a pasar, o al menos está seguro de que así ocurrirá. Eso podía pensar cualquier aficionado de lo visto en Son Moix. Y es que, salvo Arrasate, todos esperaban un partido cerrado, trabado y con muy pocos goles, quizás ninguno.
Los presentes en Son Moix sí vieron uno, aunque no para el gusto de la mayoría allí presente. El Atlético, en un nuevo ejercicio de cholismo, calcó lo realizado hace cuatro días en París para firmar una nueva victoria en el zurrón. Eso sí, tuvo que esperar mucho menos y no tuvo tantas taquicardias.
Se puede resumir toda la primera parte en un puedo y no quiero. Ni el Mallorca ni el Atlético de Madrid ofrecieron un espectáculo digno de la entrada pagada. Parecía que ambos firmaban el 0-0 incluso antes de empezar el partido.
Las hostilidades tampoco se desataron con el inicio de la segunda mitad. El tiempo pasaba lentamente cual agonía para aquel que esperaba al menos un mínimo acercamiento. Los córners, que los hubo, no entrañaban peligro en un partido en el que las defensas fueron claramente superiores a los ataques.
De repente, la luz se iluminó como pasó días atrás. Otra vez Oblak, otra vez el esloveno fue el mejor y el más listo. El cancerbero del Atlético de Madrid atrapó un córner y sacó rápido para Giuliano Simeone, que dejó atrás a Maffeo con el cuerpo a cuerpo y le regaló el tanto a Julián Álvarez.
No lo vio nada claro un Simeone que antes del gol ya preparaba 4 cambios y los mantuvo pese al 0-1. Pudo sentenciar el Atlético de no ser por el egoísmo de Riquelme cuando Correa estaba solo y acabó por pedir, otra vez más, la hora.
Oblak, que había dado la preasistencia, salvó al Atlético con una nueva parada, como si de un portero de balonmano fuese, para evitar lo que iba a ser un nuevo sonrojo de un Atlético de Madrid que, pese al juego, sigue en la tercera posición.