Domingo de novela turca

El Real Madrid no funciona como debería. No lo hace ni siquiera cuando gana por tres goles de ventaja. Este domingo a mediodía, ganó al Celta de Vigo por 3-2 y mantuvo su porfía por el campeonato de Liga con el Barcelona, pero no convenció ni al Santiago Bernabéu, ni a Carlo Ancelotti ni a sí mismo. Una exhibición de Arda Güler y dos goles de Kylian Mbappé decantaron la balanza de una cita que los 'merengues' terminaron con el agua al cuello.
El problema en el vestuario 'merengue' es complejo y su análisis no debe simplificarse, aunque sí orientarse. Hay una sensación preocupante de desconexión cada vez que el equipo cuenta con alguna ventaja sobre su rival. De hecho, incluso cuando el marcador aún ilumina un empate, algunas individualidades asumen un comportamiento de desquicio que no casa con la calidad que, indudablemente, abrigan.
En paralelo, aun mostrando esta cara, los blancos tienden a resolver porque su plantilla derrocha personalidades decisivas. El 2-0 fue el mejor ejemplo. Jude Bellingham metió el pie delante de Fran Beltrán para robar la pelota en la frontal de Guaita y no lo logró. En lugar de esprintar atrás para apoyar a sus compañeros en taponar el potencial contragolpe que nacía, se quedó plantado con gesto de frustración.
Gracias a los espacios que afloraron en la retaguardia del Madrid, el Celta, con un centro envenenado, consiguió forzar un paradón de Thibaut Courtois. El belga saltó hacia su izquierda y estiró la mano para palmear el balón que le amenazaba. En la respuesta inmediata que los de Carlo Ancelotti aplicaron, resultó que Bellingham, por su negativa a volver para defender, estaba en el sitio perfecto para recibir la posesión y asistir a Mbappé. El galo, con un derechazo desde las inmediaciones de la media luna, duplicó la renta.
Antes, Arda Güler había abierto la lata con un zurdazo tras un saque de esquina. Lucas Vázquez le facilitó la bola rasa y el '15', tras un escorzo que bailó entre el error y el amago adrede, ejecutó un misil rumbo al panel diestro de la portería. El contexto era uno de igualdad fruto de una gran presentación por parte de los de Claudio Giráldez. Estaban tuteando a su contrincante con una apuesta atrevida, sin renunciar a su estilo.
La pizarra de Balaídos se plantó en el Santiago Bernabéu cargada de fe en su presión alta. Su método causó problemas en la salida de pelota contraria. Algunas escenificaciones como un mal pase de Fede Valverde a la banda mientras hasta Courtois se ofrecía como 'tercer central' lo evidenciaban. Obligar a los anfitriones a no relajarse en ningún momento propició un cuarto de hora inicial vertiginoso y divertido.
Las carencias locales atrás ya estaban surgiendo para entonces en forma de manos de Courtois. Una de las más lúcidas se dio ante un testarazo de Marcos Alonso en un córner. El ex del Barcelona remachó totalmente solo en una caja plagada de camisetas blancas. En paralelo, eso sí, Aurélien Tchouaméni vivió una situación idéntica en el otro extremo del campo. En definitiva, cualquiera de los dos bandos pudo adelantarse.
Güler volvió a aparecer recién iniciada la segunda mitad, cuando dispuso un balón raso a Mbappé en la medida justa para que el punta, como a él le gusta, corriera unos metros, avanzara con el cuero y batiera al guardameta a chut cruzado. El tanto y la asistencia que se le contabilizaron al turco, eso sí, no son suficientes para comprender su exhibición. Aportó criterio, fluidez en la circulación e ideas frescas a un Madrid que, en demasía, peca de sequedad en ataque.
Su maletín de recursos da relieve a su técnica, sí, pero cuenta con una cualidad que su equipo echa de menos más que nunca: conexión. Estuvo metido en el partido desde el pitido inicial hasta que su entrenador le sustituyó por Brahim Díaz. No mostró gestos de frustración, sus protestas se redujeron al mínimo e incluso hizo de capitán animando a Fran García después de un mal tiro en lugar de recriminarle que no le pasara el balón. En esencia, se mostró plenamente consciente de que su talento solo es válido si lo pone a trabajar.
El Celta estuvo sobrado de este convencimiento, pero recogió los frutos demasiado tarde. Bien entrada la segunda mitad, merced a un error de Lucas Vázquez y el ingreso de Iago Aspas al campo, los celestes pusieron patas arriba Concha Espina, que terminó pitando a sus propios jugadores por su relajación y pidiendo la hora para que no hubiera que lamentar un empate que habría dejado la Liga en manos del Barcelona.
Primero, un córner -que no debió ser porque su rebote de origen fue en un pupilo de Giráldez- de Hugo Sotelo halló continuidad en un taconazo de Pablo Durán hacia el segundo palo. Lucas, afincado allí, no alejó el esférico con la suficiente contundencia y Javi Rodríguez entró como una exhalación para remacharlo a las redes. Poco después, el capitán de los gallegos bendijo a Williot Swedberg con un envío teledirigido, de centrocampista 'top' mundial, a la espalda de Tchouaméni para que el sueco anotara a solas frente a Courtois.
Un contacto de espuela del '10' estuvo a punto de trocarse en el 3-3, que Swedberg no pudo materializar en esta ocasión por una parada a dos tiempos del cancerbero 'merengue'. Aun así, quedó patente la capacidad de un futbolista con veteranía, intensidad y criterio de desarbolar a una zaga en la que, dicho sea de paso, Tchouaméni había estado brillante en el grueso del partido. De hecho, el 3-2 concentró más mérito ajeno que demérito suyo.
La siguiente parada del Real Madrid será el 'Clásico' de Liga, donde no habrá margen de error y la platea será hostil: Montjuïc. La visita a Cataluña puede ser la sede de los últimos estertores de esta candidatura al campeonato nacional, aunque lo que más debería preocupar no es esta cosecha, sino el trabajo de reconstrucción mental que el grupo necesita para la temporada que viene. Europa, entretanto, empieza a escuchar sonido de lagharteiras de fondo.