Como si fuésemos pequeños en la noche de Reyes, el Real Madrid y el Manchester City hicieron el mejor de los regalos al seguidor. Porque esto es lo que aficiona al niño, al chaval y al mayor. Porque esto es el fútbol de kilates.
El Real Madrid quiere a la Champions League y la Champions League quiere al Real Madrid. Solo así se entiende la mística que tiene el conjunto blanco en la máxima competición europea, en un torneo que es suyo y de nadie más le pese a quien le pese. Puede estar mal, puede estar por debajo, pero ganar en el Bernabéu en Champions, en las eliminatorias, es algo prácticamente imposible para el rival.
Estaba el Manchester City delante. El campeón de Europa, el equipo prácticamente imbatible. Pero eso le dio igual al Bernabéu, le dio igual al Real Madrid... hasta que se le acabó la gasolina. Y desde antes del partido, la magia comenzó a aparecer en el feudo blanco. De Bruyne, la brújula y el mejor jugador de Guardiola, se cayó del once por vómitos en el vestuario.
Fue una pequeña alegría para el Real Madrid, que sin embargo empezó muy dormido. Solo a equipos de su talla se le puede permitir comenzar así el partido, con una amarilla a Tchouaméni que acarrea suspensión y con un gol de Bernardo Silva, de falta lejana, que puede dar gracias a un Lunin errático.
Una lección de Ancelotti
Ancelotti, en esta ocasión, le ganó la partida de ajedrez a Guardiola. Optó por juntar a Rodrygo y a Vinicius por la izquierda, con Valverde por la derecha y sin una referencia clara. Y por ahí se volcó todo el partido, todo el ataque de un Real Madrid que sacó rédito en la primera mitad.
En un visto y no visto, como si fuese el minuto 90 y no el 12, el conjunto blanco remontó en su competición fetiche. En cuestión de 2 minutos, los 'merengues' dieron la vuelta al marcador con el sello propio del club. Dos transiciones, dos contras y dos goles con algo de fortuna tras los toques de defensas del Manchester City.
Fue capaz el Real Madrid de desenchufar una vez más a Haaland. Mención especial para un Rüdiger que se comió al noruego en el 1vs1. Otro jugador superlativo que estuvo mal fue un Rodri Hernández que perdió más balones en un encuentro que en toda la temporada. O al menos esa fue la sensación con la que sus compañeros se marcharon del Bernabéu.
Falta de gasolina
Tenía el Real Madrid el partido en su mano. Presionaba, robaba arriba, tenía las ocasiones y enfrente estaba un dubitativo Ortega y una defensa lenta que no llegaba a la velocidad de los brasileños. Pero la gasolina se acabó demasiado pronto en el Bernabéu. Como si pesase el no haber jugado en 10 días más que el haberlo hecho hace apenas 72 horas, el equipo de Ancelotti dejó vivir al Manchester City y acabó pagándolo caro.
Dos destellos ya con el campo volcado, uno de Foden y otro de Gvardiol, dieron la vuelta al marcador y permitieron sonreír por primera vez en el partido a Guardiola, inquieto a sabiendas de lo que tiene la mística del Bernabéu en Champions. Y es que este City ya ha sufrido lo que es ser remontado.
Los 2 goles del conjunto 'citizen' parecían haber acabado con toda resistencia. No llegaba Bellingham, no llegaba Valverde. El Real Madrid perdía todos los duelos directos. Pero ahí, en una de sus últimas noches de Champions, apareció la magia de Modric. El croata comenzó a tener el balón, a domarla, a sobarla y a encontrar a sus compañeros más liberados.
Una recuperación suya en el centro del campo acabó en el gol de Valverde, un Valverde sin gasolina minutos atrás, y revivió a un Real Madrid que volvió a creer en las remontadas finales. Pero eso no ocurrió. Esta no es la vuelta y este no es el City de hace 2 años. Todo queda vivo para el Etihad.