¿Se puede dar por bueno el arranque de un entrenador que ha empatado y perdido en sus 2 primeros partidos? Sí. El Sevilla cayó ante el Arsenal en la 3ª jornada de la fase de grupos de la Champions League. Diego Alonso, que se estrenó con unas tablas meritorias frente al Real Madrid en Liga, no pudo con uno de los mejores equipos de Inglaterra en su segundo día de oficina a pesar de ofrecer una imagen de guerrero, de púgil.
Dos crochés desmontaron su plan de juego, que estaba funcionando hasta encajar tan severos golpes. La primera parte del partido lo escenificó a la perfección. Sus jugadores se entregaron a una línea alta, valiente, y a esperar en su propio campo cuando los 'gunners' eternizaban sus posesiones sin peligro, saliendo desde atrás para contemporizar. Esto dio, en principio, una ligera sensación de superioridad por parte de los londinenses.
Bukayo Saka, la principal amenaza de la expedición del Emirates Stadium, se encontró de bruces con un áspero Marcos Acuña. 'Canchero', como se suele decir, no tuvo inconveniente en entrarle fuerte y en quejarse con efervescencia al colegiado cuando este paraba el juego para señalarle faltas. La presión no había que ejercerla solo sobre el rival, sino también sobre el juez para que comprendiera que una cosa es marcar con dureza y otra, pasarse del reglamento.
Lo aguerrido del planteamiento del Sevilla hizo cortocircuitar la salida de pelota del Arsenal en varias ocasiones. En una de ellas, falló David Raya, la baza de Mikel Arteta para reemplazar a Aarom Ramsdale en fin de ofrecer a los suyos mayor seguridad con los pies. El español venía de un día complicado en el derbi de Londres y Diego Alonso, probablemente, lo anotó en su libreta. El problema es que, cuando mejor explotaban sus pupilos los recursos que les propuso, faltaba pólvora.
Esta carencia no está presente en el vestuario inglés, que, en cuanto vio la guardia baja, atizó. Para mayor lamento de la parroquia nervionense, lo hizo justo después de una genialidad de Ocampos que podría haber acabado en gol perfectamente. El '5' se fue de un par de zagueros a la carrera, tirando autopases, para generar un ataque cuya contra catapultó Gabriel Jesus. Rompió a Gudelj, antes del círculo central, con un recorte de espuela y habilitó a Martinelli. Este, ante Nyland, regateó, se quedó sin guardameta y anotó a placer el 0-1.
El tópico de que marcar antes del descanso es un caramelo para el entrenador del equipo que anota se hizo patente en la capital de Andalucía. A los hispalenses se les atragantó la vuelta al campo, se olvidaron de su atención del primer acto y encajaron el segundo tanto, un destello de Gabriel Jesus desde un costado del área. Amagó hacia fuera, se creó el espacio necesario y ejecutó al palo largo, a la altura de la escuadra. Fue un golazo.
El Sevilla no había sido merecedor de dos goles en contra. Lo demostró antes del 0-2 y después. Antes, con la batería de ocasiones que, un par de párrafos atrás, se ha referido que tan solo precisaron de un poco más de pólvora. Después, con un sitio a la meta de David Raya que obligó al Arsenal a pedir la hora en los compases finales y a preguntarse, rumbo a Londres, qué hubiera ocurrido de haber sido el fútbol algo más justo con sus rivales.
¿Qué faltó para que los anfitriones opositaran con más claridad al triunfo o al empate? Un catalizador arriba. En-Nesyri no lo fue y Ocampos, el más achispado de la plantilla, no podía crear y acabar él mismo las jugadas. De hecho, el único gol llegó de la cabeza de Nemanja Gudelj, que ganó el salto a Gabriel Jesus en un saque de esquina botado por Ivan Rakitic y dio motivos al Sánchez-Pizjuán para alentar a los suyos. Los 'gunners' terminaron arrinconados por las botas y por las bufandas.
Los ingleses, atendiendo a la clasificación del grupo B, pueden dar por bueno el triunfo, faltaría más. Son líderes con un punto de ventaja sobre el Lens y 4 ante el resto. Su victoria en España es de esas que le parecen injustas al derrotado y un ejercicio de resistencia y tenacidad al vencedor, pero Arteta será consciente de que, en los peores momentos de los suyos, quizá tardó demasiado en reaccionar. O quizá no y confió en lo que le prodigó el resultado: contar con los jugadores diferenciales.