De la luz roja a la alfombra roja

Flick mirando más al Giuseppe Meazza que al Real Madrid por el retrovisor. Una siesta de 50 minutos con pesadilla gorda. Una redención exprés que puede acabar con el título matemático en el 'Clásico' de la próxima semana. El cuarto partido más desigualado de la historia del torneo acabó siendo una coctelera en la que el primer descendido amagó con pulsar el botón rojo de LaLiga y que acabó devolviendo la luz verde a los de Flick rumbo al campeonato.
Durante casi una hora, el Valladolid le dio vidilla a la Liga. Raphinha y Fermín le dieron muertecilla. Flick, que dispuso un once con ruedines, tuvo que sacar del garaje algunos de los tanques que en este partido no debían circular. Fue más susto que muerte, pero no contaban los catalanes con este amago de infarto antes de afrontar la gran guerra de Milán. El Real Madrid, que llegó a verse con una bola extra por el liderato, volvió a dormir en el pozo de ganar y rezar.
La remontada se explica mucho desde lo emocional. El Valladolid no tenía nada que perder y el Barcelona jugaba con la obligación absoluta de no fallar, de ahí el 1-0. Cuando los blanquivioletas empezaron a emplearse defendiendo un tesoro y los azulgranas se dieron cuenta del tsunami que se les venía encima, la mayor calidad de los jugadores rescatados y la motivación hicieron el resto. De ahí el 1-2.
El destinó se pasó toda la primera mitad recordándole a Flick que, por más que lo justificara la vuelta de semifinales de Champions, no era el día para rotar. Primero, con un tiro rebotado que se convirtió en gol en el primer tiro a puerta que recibía Ter Stegen en su reaparición. Luego, con el hombro dislocado de Dani Rodríguez, el sorprendente debut que culminaba una rotación revolucionaria del alemán. Lo entendió rápido el técnico, quien tiró de Lamine Yamal para paliar el desgraciado estreno del chaval.
Al descanso siguieron Raphinha y De Jong, algo más tarde Dani Olmo. Las piezas se recolocaron pronto. Lamine Yamal absorbió el balón y metió miedo a los locales. De sus botas y un barullo nació el balón que el oportunismo del brasileño convirtió en el empate. Apenas unos pestañeos después, Gerard Martín empezó a vestirse de MVP, que acabó llevándose, con una asistencia perfecta para Fermín, al que le encanta emerger en escenarios enfangados.
Ter Stegen, que en la foto del 1-0 había salido con un saltito raro, fue luego el portero de balonmano que todos recordábamos. Araujo, en el que tocó el balón que envenenó el tiro de Iván Sánchez en el gol, fue un coloso en el último intento local por empatar. El Valladolid dejó de creérselo salvo alguna brazada que dio algo de susto. No llegó a meter la quinta el Barcelona y por eso el resultado no se movió, más allá del tiro al poste de Héctor Fort o un gol que Candela le negó a Lamine Yamal bajo palos. Por si quedaba alguien relajado, la lesión muscular de Gavi recordó que no tener la tensión requerida pasa factura.
Pero ya se le había pasado el miedo y se había desperezado definitivamente de la siesta. Hasta que en el pitido final Pucela se quitó el disfraz de infierno para que, ahora sí, aparezca el Giuseppe Meazza como un escenario en el que sí debemostrar su versión competitiva el Barcelona en plenitud, no el piloto automático que puso en Valladolid.