Un mosaico sin precedentes. Una colección de cánticos y pancartas. Una camiseta con un parche especial para él. Un brazalete de capitán. Un pasillo de despedida. Un día legendario e imborrable. El Atleti y su gente tributaron a su héroe el homenaje que merecía el día que paró el reloj. Y él, una vez más generoso, correspondió con todos los honores del gol.
Se despididó del Calderón con un doblete, se despidió del Wanda con otro. El primero lo celebró besando el escudo; el segundo, abrazado a la grada. Los dos motores de su leyenda, los dos pilares de su carrera. De haber habido un tercero, se lo habría llevado a su casa grabado al balón y a su memoria.
El día que el 'Niño' se convirtió en leyenda, su leyenda volvió a ser un niño. El que jugaba con una sonrisa y un instinto asesino en busca de goles. El que forjó así su carrera de rojo, como su corazón y blanco, como su sonrisa.
Con sus pecas. Con sus fallos. Con su gomina. Con sus manías. Y con un equipo volcado hacia la despedida perfecta, así saltó a jugar el fuenlabreño a un estadio con la modernidad del Wanda y el viejo corazón del Metropolitano.
El primero se lo regaló el equipo a Torres, el segundo se lo correspondió Torres a sus compañeros. Porque Correa le ofreció en bandeja el 1-1. Pero el delantero madrileño, a quien se le acaba esta etapa pero no la ambición, se negó a marcharse con el sudor de los demás.
Y, en su último baile, se puso el elegante traje de Viena para firmar su doblete. Escorado y ganando la espalda al defensa, como en su tanto para dar la Eurocopa ante Alemania, así quedará escrito su último gol con el equipo de su vida.
Hubo un partido
El choque permitió descubrir cómo es el Atlético de Madrid cuando hay caravana en sus venas. Oblak bajó a la tierra, la defensa se agrieteó. Hasta Simeone parecía enfadarse menos.
El Eibar, convidado de piedra pero no piñata, se lo tomó mucho más en serio. Siendo fiel a su defensa adelantada y su estajanovismo arriba. Kike, listo y rápido, rompió la igualdad a los 35 minutos tirándose al suelo. Todos se habían narcotizado con esa misión de llevar el gol en bandeja a Fernando Torres.
Pero el Atlético, solo por una histórica vez, prefirió ganar una batalla a la guerra. Y lo hizo al borde del descanso. Gabi, con el retrovisor, habilitó en largo a Correa, quien antes de controlar ya estaba mirando cómo se posicionaba el 'Niño' en boca de gol. Cuando se la cedió, el corazón del Wanda se paró. Y se salió por la garganta al llegar la bola a la red.
Reanudación para el Eibar
Con la misión completada y el 'Zamora' de Oblak bajo control, el Eibar quiso su momento de gloria. Pero Simeone sacó a dos leones al campo, Griezmann y Diego Costa, para cambiar la tendencia.
Fue precisamente el brasileño el que habilitó el segundo momento de gloria de Torres. Controló y asistió; el '9' marcó y enloqueció. Como un Cristo redentor, así se quedó abrazado a los aficionados en la grada.
Tras tocar el cielo, el panorama 'colchonero' quedó moteado con tres lunares: los pitos a Griezmann, la segunda amarilla para Lucas y el empate del Eibar.
Gloria bendita para los armeros y para Rubén Peña, que metió uno de los tantos de su carrera. Se acomodó la bola con el pecho y armó un disparo repleto de energía que hasta metió a Oblak hacia su propia portería, todo un misil tierra-aire.
Lo celebró con rabia el jugador de Mendilibar, lo festejó en silencio Dani García, que se marchará del Eibar con mucha más modestia, pero igualmente con suma importancia en su entidad.
Así que hubo reparto de puntos, con todos contentos y Fernando Torres cosido a la eternidad.