Colombia es un país que siempre promete. Técnicamente, quizá no sea una de las punteras, pero en este Mundial, véase Alemania la calidad no es determinante. La 'Tricolor' siempre está ahí porque tiene un juego diferente al resto de países.
Puro nervio, pura pasión. Los 'cafeteros' hacen honor a su apodo cada vez que saltan al verde. Su estilo es cafeína, fuerza que empuja a mirar siempre adelante, a sentirse incómodo en campo propio sabiendo que el ataque es posible.
En esa verticalidad absoluta destaca James Rodríguez, la gran estrella que, tras no poder llevar el timón su equipo en la primera jornada a causa de unas molestias, ya se encuentra al cien por cien. Ante la frágil Polonia de Lewandowski fue titular y llevó al combinado nacional en volandas hacia los tres puntos.
Asistió en el primero y en el tercero de la gran victoria frente a los polacos, señalándole al café el cauce del río hacia octavos y recogiendo el premio a 'MVP' del partido. Con él todo funciona de manera distinta. Colombia tiene otra cara y los aficionados ahorran en taquicardias. Además de ser líder, es socio de Cuadrado y Falcao, los otros dos grandes referentes en ataque.
Y es que James no se conforma con ser un gran futbolista, también busca demostrarlo en todo momento -grandes citas incluidas-. De hecho, el '10' saltó a la fama hace cuatro años, en verano de 2014, gracias a un Mundial soberbio en el que su Colombia se quedó a un paso de semifinales y él se llevó la Bota de Oro (6 goles) que acabó enamorando a Florentino Pérez.
Ahora, todo pasa por sus pies y por que la defensa pueda frenar las acometidas del portento físico que personifica el país de Senegal. James tiene, una vez más, la presión de casi 50 millones de personas sobre su espalda... pero está acostumbrado.