A los grandes se les pide vencer y convencer. La peculiar filosofía del Barça redefine ese concepto a ganar jugando de una manera particular. Con la herencia de Cruyff, la estela holandesa. El ADN que mamaron en La Masia sus 'cracks' de las últimas décadas. Ese aroma está abandonando el Camp Nou. Este Barça tiene otra piel desde hace tiempo.
El equipo azulgrana es superlíder. De España y de Europa, un dato incuestionable. Pero a su modelo le están saliendo canas y arrugas. El talento, y también más músculo, es lo que lleva marcando el camino de la era Valverde. Y el sempiterno argumento de Messi, claro. Los aficionados azulgranas, con momentos de pitos ante el Slavia, no castigan los resultados, sino las maneras.
Las últimas temporadas han hecho más doloroso el recuerdo de aquel equipo que enamoraba con Xavi e Iniesta. También con algunos de los que siguen en el plantel, pero ahora resignados a otros caminos. Muchas veces igualmente efectivos, pero nada seductores. El tropiezo en casa ante los checos, por supuesto, se puede achacar al gran partido de Kolar bajo palos, pero el Barça volvió a suspender el examen de la exigencia.
La goleadas a Betis, Valencia o Valladolid le habían puesto mucho maquillaje a un equipo que ha acabado demasiadas veces desnudo esta temporada. La realidad es que el Barça es ahora un equipo de cara lavada con una gran colección de talento natural. El pobre De Jong, que habría sido un futbolista sideral con Guardiola, queda como flor aislada de un jardín con síntomas de sequía.
Además de un estilo que se va desdibujando, la consecuencia es la osadía cada vez mayor de los rivales para agarrarle de la pechera. El Slavia, de hecho, siguió el camino que había marcado la espita del Inter. Presión, valentía y paciencia para leer los huecos fueron también su receta. Sin un Lautaro o un Lukaku, consiguió más 'me gustas' del aficionado neutral que sustos ante Ter Stegen.
En casa la realidad había sido bien distinta. Tras bordear el susto contra el Inter, la decepción ante el Slavia. El gran argumento del Camp Nou desapareció. No ver un tanto en casa es un termómetro revelador. Por eso hubo algunos silbidos para Dembélé, que simbolizó la imagen de la impotencia, y tras el pitido final.
Bravo por los checos
Debajo de esa carga simbólica del empate queda también un traspié inesperado que cambió el panorama de liderato casi asegurado a clasificación reabierta. Porque el Borussia Dortmund, que rezuma valentía, tendrá que visitar el Camp Nou. Y en Milán esperará la jaula que prepare Conte.
El Barcelona se topó durante la noche con una partitura que solo empezó a entender Selmedo con sus irrupciones desde la segunda línea. Eso pedía el partido con los checos apostados en línea hasta de seis en ocasiones.
Messi, que tardó más de media hora en aparecer, lo hizo con una de sus arrancadas fulgurantes. La escuadra derecha le negó otro vídeo para su museo de genialidades. Y así se fue definiendo un encuentro donde el Slavia hacía bastantes puntos boxeando, pero los grandes puñetazos los lanzaban los locales.
Con Dembélé por Suárez, el falso '9' fue Arturo Vidal. El invento no duró mucho. Griezmann, revoloteando como podía cual avispa, se aburrió mucho. Dembélé, en su versión torpona y siempre con un regate de más, cansó.
Ansu Fati, que acabó entrando por él, le dibujó un pase delicioso a Messi para haber roto la igualadad. Sin embargo, el meta del Slavia, como había hecho antes frente a Sergi Roberto, abortó otro mano a mano en su gran noche.
Esa película antes vista de que el paso de los minutos acabaría erosionando a los visitantes no se cumplió esta vez. El Barcelona no encontró ni un triste berbiquí para hallar un hueco en un equipo que cada vez que cortaba una bola en defensa se lanzaba hacia Ter Stegen, a pesar de que nunca le hizo sudar.
Olayinka, incansable lanzando carreras hacia arriba y hacia abajo, fue la viva imagen de los suyos. El Barça, una vez más, acabó como Messi: tocándose la barba, sin tener claro donde mirar. Aunque muchos lo hagan ya claramente hacia Valverde.