El Bayern, el club que miró a los ojos del odio y vivió para contarlo

Resulta curioso que el único club (o de los pocos) que plantó cara y no se rindió a las exigencias de los nazis fuera de la ciudad en la que empezó todo, Múnich.
El corazón espiritual de la Alemania Nazi fue Nurenberg, es cierto, pero en Múnich es donde la ideología del odio germinó por primera vez.
Aquel Bayern que ganó la Liga, precisamente en Nurenberg, en 1932 estaba presidido por Kurt Landauer, un judío que pronto sufrió en sus carnes las iras del nazismo.
Para empezar, en abril de 1933 fue forzado a abandonar la presidencia del club bávaro. No bastó. En 1938, tras la Noche de los Cristales Rotos, Landauer fue hecho preso y enviado a Dachau, una de las sucursales del infierno en la tierra que abrieron los nazis en Alemania.
Apenas estuvo encerrado en el infame campo de concentración un mes, y tras su liberación se exilió en Suiza.
El Bayern, por su parte, había cometido su primer desprecio a los nuevos amos y señores de Alemania. Sustituyeron a Landauer por un alemán ario, como exigían los nazis, pero fue Siegfried Hermman el elegido.
Un íntimo amigo de Landauer y el hombre que, como antiguo alto cargo de la Policía bávara en los años 20, ejecutó la orden de prohibir a Hitler hablar en público. Un desafío en toda regla.
Lo fácil hubiera sido hacer como el 1860 Múnich, que se postró ante los nazis sin contemplaciones. Durante los años más duros del nazismo, Emil Ketterer, un nacionalsocialista convencido, estuvo al frente del club.
El desafío del Bayern al nazismo acabó en 1943. Un episodio ocurrido en la disputa de un amistoso en Zúrich fue la gota que colmó el vaso.
La Gestapo, la policía política secreta del III Reich, tenía órdenes de evitar todo contacto con los emigrados alemanes, especialmente con los judíos. Landauer lo era, y se sospechaba que intentarían hablar con él.
Lo hizo a través del botones del hotel en el que se alojó el Bayern, y la Gestapo se enteró. A Konrad Keitkam, entrenador del equipo entre 1943 y 1945, se le tuvo que helar la sangre cuando le 'cazaron' leyendo la nota de Landauer. Pero no sufrió mayores consecuencias.
El ex presidente del Bayern estuvo presente en el partido, y en la distancia pudo ver y saludar a los suyos, para frustración de la Gestapo. Eso sí, desde entonces, el Bayern estuvo vigilado tan de cerca que nadie se atrevió a alzar la voz hasta el fin de la época más ocura de Alemania.
Landauer volvió al país en 1947, un año más tarde volvió a la presidencia y la mantuvo hasta 1951. Se convirtió en presidente del honor del club y falleció en el '61 a los 77 años de edad.
Su memoria todavía se honra a día de hoy el Bayern. Una figura básica para la historia del hoy laureado club muniqués, pero que no se entiende sin la de Richard Kohn, el entrenador de aquel Bayern que ganó su primera Liga en 1932. Pero esa es una historia para otro día.