El derbi catalán fue el derbi de la tristeza. La del Espanyol, que descendió 27 años después, y la del Barça, que volvió a convertirse en calabaza tras el amago de recuperación en el Estadio de la Cerámica. El equipo de Setién se acostó a un punto del Madrid y a años luz de sus mejores sensaciones; el de Rufete, como los enfermos terminales antes de irse, mostró un amago de mejora demasiado tarde.
El 1-0 tuvo fuegos artificiales en las inmediaciones del Camp Nou, pero el único festejo fue el de los fanáticos azulgranas contentos de ver al gran rival de la ciudad perder la categoría en su casa. Más allá de los puntos, no hubo nada que celebrar por parte del Barcelona.
Acaso, firmó un préstamo de alto interés con la esperanza. Ya no solo por lo difícil que se antoja que el Madrid pinche dos veces, sino por las sensaciones que emite el equipo de Setién. El Barça de Villarreal se quedó allí; al Camp Nou volvió ese que es una mezcla de impotencia y cansancio.
Esta vez no hubo ni cinco días de descanso ni un rival osado que deja jugar. El Espanyol, reforzado con un defensa extra, apiló hombres por el centro para acrecentar la espesura azulgrana. Y como lo de ser rival del Barça suele darle una marcha extra, se atrevió a contragolpear y a dar sustos.
Y lo hizo, y por duplicado, en la primera mitad. Embarba galopó para dar el primero y Dídac hizo lo propio para el segundo, pero acabó estrellándose contra el palo con su pata de ídem. En cambio, la única parada de Diego López fue un intento de gol olímpico de Messi, el segundo seguido; prueba fehaciente de cierta ansiedad del argentino con el gol, que se le volvió a resistir.
Setién, casi siempre inmovilista, recurrió a Ansu Fati al descanso, sentando a Semedo, en busca de un revulsivo. Y lo encontró, solo que de una manera inesperada. El chico, en su afán por robar la bola, cometió juego peligroso. Pero su amarilla, vista desde la sala VOR, llevó a Munuera Montero al monitor. No lo dudó el colegiado, que coloreó de rojo la cartulina por cree que se ponía en peligro la integridad de Calero.
Una expulsión así intensifica la cara de niño; solo llevaba cinco minutos en el campo y el bissauguineano regresó al banquillo. Pero al Espanyol, como suele ocurrir en casa del pobre, la alegría le duró tres minutos. Inocente el joven Pol Lozano, fue al suelo con el pie por delante ante un Piqué que se jugó la pierna viendo que le podían embestir e igualar fuerzas. Así fue. De nuevo amarilla en el campo y roja en el monitor.
El diez contra diez fue como el reina por reina, favoreció a los que más técnica tienen sobre el tablero. Quedó comprobado en tres minutos, en la única asociación de la noche entre la 'msg'. Suárez anotó a placer tras el rebote del tiro de Messi, pero lo mejor fue el taconazo previo de Griezmann. El francés, nada que ver con su sobresaliente de Villarreal, dejó sin embargo el mejor detalle de la noche. Que tampoco quede en el limbo el cuarto tanto del charrúa tras su reaparición; se le vento y a veces parece cojear, pero el instinto y la raza se los llevará a la tumba.
Esos seis minutos eléctricos no fueron sino un espejismo de lo que podía prometer la segunda mitad. El Barça, que en otros tiempos hubiera afilado colmillos para mandar al gran rival a segunda con saña, prefirió mover la bola y dejar pasar el reloj, si bien es cierto que Diego López se lució ante Messi en el 68', y ahí pudo haber comenzado la escabechina.
Rufete metió piezas ofensivas, por defensivas Setién, para escribir el epílogo invocando a la épica. Las musas, que le han sido esquivas al Espanyol casi toda la temporada, tampoco iban a trabajar el último día. Además, hace falta algo más que musas para superar a Ter Stegen, que estuvo ahí en los dos sustos que aún le quedaron a los 'pericos'.
Se acabó la agonía del Espanyol, sigue la del Barça; realmente, cuesta trabajo pensar que haya opciones reales de remontar al Real Madrid en lo que queda. Pero el fútbol, además de funerales como el de este derbi, también guarda sorpresas insospechadas. Y mientras no le entreguen la copa a los de Zidane...