Ocurrió en la segunda parte de la prórroga, en la misma portería que menos de diez minutos antes había perforado Iñaki Williams para hacer el 2-3. Pero Griezmann, autor de un doblete en la final, no tuvo el acierto del ariete bilbaíno.
Jordi Alba colgó un balón de una forma poco ortodoxa, 'a la olla', al corazón del área. Le salió algo pasado, pero tuvo suerte. En el segundo palo entraba Griezmann, con la caña preparada.
El francés saltó, y en una acción de décimas, pero que sobre el césped de La Cartuja parecieron minutos, saltó y empalmó de volea, en el aire, el centro del lateral.
Estaba solo ante Unai Simón para fusilarle. Le pegó con tal violencia que aquello tenía que ser gol o gol. Salvo que no fuese a puerta, claro está. Y... no fue. Se le marchó desviado.
No cruzó demasiado el tiro, y lo desperdició. Se echó las manos a la cabeza, pero la escena de sus siete compañeros (Messi, Braithwaite, Pjanic, De Jong, Mingueza, Araujo y Trincao) lamentando su fallo no tiene desperdicio.
Messi y Braithwaite se llevaron las manos a la cara, Pjanic se las llevó a la cabeza, De Jong y Mingueza maldijeron su suerte, mientras que Trincao y Araujo parecían decirle con sus gestos al francés que podía haberles pasado el balón, que estaban solos.
Griezmann quiso ser el héroe (ya llevaba dos goles), pero la suerte le dio la espalda en el momento decisivo.