Hendriks estaba solo. Completamente solo. A un metro de la línea de gol, sin nadie en un metro alrededor. Y entonces recibió el pase que todo empujabalones desea.
Sin embargo, un pésimo, horrible control sentenció la jugada. Se le marchó, incomprensiblemente, por línea de fondo, ante la incredulidad de sus compañeros y el regocijo de sus rivales.
Para colmo, el Roda terminó ganando el partido. Seguro que a Sam Hendriks le costará conciliar el sueño un par de días.