El fútbol nos mueve y nos remueve. Hasta el pitido final, hasta el último tiro en el minuto 96 con esa pierna derecha de Óscar, que podría haber sido la machada de una salvación impensable, pero que resultó una esperanza volando por encima del travesaño. El Leganés, que era un muerto hace apenas diez días, murió como un náufrago a centímetros de la orilla. En su última bocanada de aire, la que le dejó sin oxígeno en la élite. Se acabó su permanencia entre los mejores, pero no su orgullo ni su dignidad.
Aguirre, un tipo dantesco pero que de motivación sabe un rato, estiró el milagro de la vida con dos triunfos en la antepenúltima y la última jornada. Y hacía falta una tercera y una carambola. El Celta, tiritando de miedo en Barcelona, fue incapaz de ganar. Su parálisis contrastó con todas las gotas de sudor con las que el Lega regó su último encuentro en la élite. Lo tuvo el conjunto 'pepinero', vaya que si lo tuvo. Pero el dios del azar estuvo mirando para otro lado en ese disparo final de Óscar, en la mano de Jovic que el VAR no interpretó como punible.
Sin público en las gradas, el drama de Butarque traspasó por igual la pequeña pantalla. Las lágrimas de Bustinza al término eran sinceras y muy frustrantes, despertaban empatía. Nada extrañas mirando la temporada en global, pero es que lo tuvo tan cerca el Leganés en ese parque de atracciones de la última jornada que por eso dolió más. Seguramente, ningún dolor superior en el fútbol al de un descenso.
La feria, eso sí, empezó con despiste imperdonable. Lo que se presuponía al conjunto de Aguirre, jugar con los cinco sentidos, incluso con el sexto de la motivación, saltó en mil pedazos a los nueve minutos. Sergio Ramos, el jugador más peligroso en una jugada a balón parado, adelantó al Madrid para coronar su año de granito como si estuviera en un solar en vez de en un área defendida por los blanquiazules. A calidad no puede competir el Lega con el Madrid, pero a ganas y concentración debía estar por encima.
Eso sí, Aguirre, maltratado por las ventas de En-Nesyri y Braithwaite, así como la lesión de última hora de Óscar, aún tenía en el césped los latigazos de calidad de Bryan Gil. La confluencia del gaditano con el ímpetu de Jonathan Silva y los despistes de Lucas Vázquez abrieron una espita a la esperanza. Y los frutos fueron recogidos con el premio de la psicología, puesto que Bryan Gil igualó en el tiempo de añadido. Por debajo de las piernas de Areola había un túnel hacia la salvación.
Sin embargo, definitorio de lo que ha sido la temporada, otra desatención llevó el máximo castigo. Cabeceó mal Recio, su amigo Isco activó el retrovisor y vio a Asensio como un bólido por la derecha. El balear no perdonó.
La enésima muerte del Leganés, sin embargo, tampoco resultó definitiva. Con lo más ofensivo que podía componer a esas alturas Aguirre, Assalé, que en los últimos choques había sido un reactivo prodigioso, repitió fortuna. Con resbalón involuntario de un Militao al que Zidane puso como rodaje para Mánchester, perforó a un Areola que en la segunda mitad se convirtió en el mejor aliado del Celta.
El resto de jugadores de campo del Madrid, a pesar de Brahim, estaban ejerciendo de buenos vecinos, puesto que su nivel de activación estaba a años luz de los del Leganés. Pero la gasolina estaba en reserva, las piernas bloqueadas y la suerte, esquiva.
El 2-2 llegó a los 78 minutos, con tiempo de sobra para la proeza. Pero en solo seis Avilés, el chaval que prendió la ilusión con un golazo en Pamplona días atrás, falló dos ocasiones de las que uno tiene que ver la repetición para terminar de creérselo. En su último fallo, el VAR miró una bola que dio en la mano de Jovic. Ciertamente, sin intención y tras rebote, pero con tantos penaltis gratuitos este año señalados en la Liga, los jugadores locales no terminaban de creerse que llegase ese empujoncito de fortuna.
Hasta el rabo el Leganés fue todo toro. Y así corrió Óscar Rodríguez como una exhalación en una contra en superioridad numérica en el sexto de los seis minutos de añadido. Tenía opciones para combinar, buscó la heroicidad en la frontal, ahí donde más de una vez este año conectó algún franco directo a gol. Pero su disparo, como la esperanza, se fue a las nubes. A esas alturas, el Madrid ya llevaba un rato siendo convidado de piedra.
En términos globales, el equipo de Butarque mereció bajar, así lo dicen los puntos; pero ese no fue el equipo de brava versión y épica contra el campeón de la última jornada. Lágrimas, taquicardia. El fútbol que durante cuatro años defendió con orgullo, desde aquel cabezazo de Insúa a ese tiro a la grada de Óscar.