El Real Madrid, que en la Liga posparón había exhibido todos sus músculos, descubrió que le faltaba otro por ejercitar: el corazón. El Granada, en una segunda parte de fe y más gasolina, le deparó 45 minutos taquicárdicos en los que flotó seriamente la posibilidad de un pinchazo. Pero en el alambre también mantuvo el equilibrio y sobrevivió. En Los Cármenes, la última esquina de su Liga, sufrió, pero ya tiene el trofeo esperándole a la vuelta. Fue un ejercicio de supervivencia en casa de Darwin.
Los de Zidane parecían que iban a ganar otro partido con el mono de trabajo. Y aunque cabaron desnudados, este jueves ya dispondrán de su primera oportunidad para certificar su campeonato, el cual han ido sembrando adjudicándose los 27 puntos en juego desde que el balón le ganó la batalla al COVID-19.
Acostumbrado a ponerse por delante y administrar su ventaja con sensación de solidez, esta vez el Madrid fue su peor enemigo. A los 16 minutos, con sus dos tiros a puerta convertidos en gol, se vio con un 0-2 y el campeonato tan cerca que la autocomplacencia acabó vistiéndole. El peaje, para su suerte, fue pasarlo mal, no ceder puntos.
Tampoco es que el empate hubiera resultado trágico (ni mucho menos injusto para premiar la reacción granadinista), pero ese resbalón y el cansancio evidenciado hubieran generado una intranquilidad a la que los de Zidane no estaban acostumbrados en las últimas jornadas. Y esta semana habría acabado más emocionante.
Cualquiera hubiera imaginado que Courtois sería amonestado por pérdida de tiempo tras los zarpazos a la francesa en el arranque. Mendy, un prodigio de energía, a los 10 minutos se tiró un autopase que desafió la palabra imposible ante Víctor Díaz; pero como algunos atletas con sus récords de un intento al siguiente en los Juegos Olímpicos, elevó más aún el significado de lo difícil con un obús que dejó clavado a Rui Silva cuando todo el mundo esperaba un centro.
l Granada, aún preguntándose cómo había sido un flan en esa jugada, concedió una contra letal seis después. Isco encontró a Benzema y el delantero hizo todo lo demás: recorte, tiro ajustado y lo que por entonces parecía una sentencia.
Pero el equipo revelación de la temporada, instado por el carácter ganador de Diego Martínez, se animó a sobrevivir. Y nada mejor para ello que su particular Darwin: no Charles, sino Machís. A los cinco de la reanudación, al Madrid se le cayó la capa de superhéroe. Casemiro resbaló, Herrera se convirtió en una bala y el venezolano en un cañón. El pase filtrado, perfecto, no lo desperdició el venezolano, que encontró un inédito agujero en Courtois, concretamente bajo sus largas piernas, 511 minutos después.
Quizá ya no haya Liga, pero sí hubo partido. Los nazaríes, con un defensa menos y un delantero más, se lo creyeron. Realmente, empezaron a ser más parecidos a sí mismos, más alejados del bloque deslavazado que había amanecido en el choque. Y se encomendaron a la velocidad de Darwin Machís.
A Zidane se le arrugó el rostro desde ese momento hasta el final, y con razón, puesto que el paso del reloj apagó a su equipo ante un Granada que no mordía pero sí merodeaba. Además, en el duelo de cambios resultó que el equipo rojiblanco salió más reforzado. Incluso sin Machís, fundido, apretó y apretó.
Tras la última pausa de hidratación, Diego Martínez, gran estratega, convenció a los suyos de que podían dar un susto al Madrid. Y a fe que lo hicieron. La pena para ellos es que no pasó de ahí: a cinco para el final, Courtois despejó una volea de Antoñín y luego Sergio Ramos abortó en boca de gol el tanto de Azeez.
El choque se fue hasta el 96; quizá si se hubiera unos minutos más el cántaro se hubiera roto. Pero la nube con forma de Hitchcock pasó y cayó la novena victoria seguida en el fútbol pospandemia, ese que está trayendo la nueva normalidad y subiendo escalones para agarrar con las dos manos un título que en los últimos once años solo ha festejado dos veces.
Como ocurre cuando uno sale del pasaje del terror, el Madrid expulsó el susto con una risa tonta. La sonrisilla de campeón que se le estira cada vez más en el rostro.