Más allá del marcador, la derrota en el Parque de los Príncipes ahondó en la herida de un equipo deprimido, acomplejado por su fragilidad y con una inusitada falta de colmillo. Rasgos que no invitan al optimismo en una parroquia blanca que, lejos de pasar página, prolonga la agonía del curso pasado.
Bajo este contexto de incertidumbre, Zinedine Zidane viajó a París con la obligación de improvisar una línea defensiva sin Sergio Ramos ni Marcelo. Asimismo, Nacho Fernández, escudero de urgencia, tampoco viajó.
A sabiendas de la papeleta que le venía, el técnico francés probó durante 30 minutos frente al Levante a Raphael Varane y Eder Militao en el centro de la zaga. Un simulacro que nada tuvo que ver con el baile que Di María, Icardi y Sarabia tenían preparado en el Parque de los Príncipes.
La segunda unidad de Thomas Tuchel -Neymar, Mbappé y Cavani vieron el partido desde la grada- superó en todas las facetas a una defensa del Real Madrid pueril, inocente y sin capacidad de reacción. El brasileño, desdibujado y desbordado, no logró cuajar con un francés desesperado, que abusaba sin éxito de los balones en largo.
El PSG olió los fantasmas blancos y mantuvo la presión asfixiante hasta lograr desconectar a la retaguardia de la parcela ofensiva. Un cortocircuito que echó de menos el carácter de un capitán capaz de enderezar el rumbo, templar los nervios y afinar una salida de balón por la que capear el temporal.
Si bien es cierto que Sergio Ramos también ha sufrido goleadas antológicas, no es casualidad que el andaluz tampoco estuviese en la goleada del Ajax en el Santiago Bernabéu que eliminó al Real Madrid de la pasada edición de la Champions League, pues nadie abandera el pundonor en el vestuario blanco como su capitán.