El Málaga se ha caído y con él muchas de las ilusiones que había puestas en soñar a lo grande esta temporada. La realidad ha golpeado con dureza al conjunto blanquiazul para despedir el año con una clara derrota ante el Leganés (0-2). Pero sobre todo con la sensación de que el idilio ya no es tal, y que a la losa de caer en Copa y de no ganar fuera de casa se une la de las dos derrotas consecutivas en La Rosaleda para crear un ambiente enrarecido.
En un partido horroroso de principio a fin, el Málaga dimitió antes de empezar. Con el entrenador dando bandazos tácticos, con medio equipo lesionado, con el otro medio falto de ritmo y con cierta apatía visible, el equipo malaguista se marcha al parón navideño con una derrota dolorosa y con los fantasmas revoloteando por el ambiente. El equipo de Nafti llevó la voz cantante todo el encuentro. Dominó el choque en todo momento, jugó a lo que quiso y superó en todas la líneas al blanquiazul. Cimentó la idea de que su fútbol era más poderoso, más letal y más fresco. Y hurgó en la herida ya abierta del malaguismo entre su afición y su entrenador, al que despidió al grito de ‘¡Vete ya!’.
La sensación, desde luego, fue desalentadora. Porque no tiró ni siquiera el Málaga entre los tres palos en todo el partido. Y porque nunca dio la sensación de poder llevarse el choque, de ser mejor que su rival. Buena parte de culpa fue salir de inicio sin un delantero natural, cuando ya están sus tres hombres sanos. Un claro ejemplo de comenzar el combate con un brazo atado a la espalda y de mandar un mensaje conservador. Y si había un plan establecido, no lo puso nadie en práctica hasta bien entrado el partido. Porque acabó la primera mitad el Málaga entero, con alguna que otra ocasión pero con la esperanza de que todo podría mejorar tras el descanso.
La presión alta pepinera, su defensa adelantada y las ideas mucho más claras. No tenía más el equipo de Nafti, que sí encontraba a Arnáiz en el hombre más desequilibrante junto a Garcés, el más incisivo. Ambos pusieron el fútbol en la primera mitad, pero al descenso el cero a cero era la mejor noticia malaguista.
Mala defensa
Porque si algo está chirriando en este Málaga desde que se lesionó Juande es la defensa. Hace aguas hasta cuando no se espera. Lenta, previsible, con mala salida de balón y con errores infantiles. Es un agujero negro que le está costando muchos puntos al Málaga en las últimas jornadas.
En cualquier caso, la reanudación arrancó con esperanza, hasta que Omeruo acabó con ellas al rematar una falta lejana que sacó Rubén Pardo (51’). Víctor tiró mal el fuera de juego, otra vez, y el gol subió al marcador. El Málaga, lejos de reaccionar, siguió dando volantazos. José Alberto quitó a Dani Lorenzo, de los pocos que ponían criterio en el césped, y comenzó a meter naves ofensivas. Primero Roberto e Hicham. Y acabó con Sekou y Chavarría junto a ellos en busca de la desesperada.
Arnáiz siguió haciendo daño y a punto estuvo de marcar en varias ocasiones. Pero en una falta lateral malaguista, el Leganés lanzó una contra desde su área para que Juan Muñoz pusiera el segundo (79’). El desastre personificado en un gol impropio del fútbol profesional.
De ahí al final, pudo llegar el tercero visitante y el plebiscito público acompañó al equipo antes de cerrar el 2021 futbolero. Acabó el equipo desquiciado, con Chavarría dando pelotazos a los rivales y Antoñín y Escassi casi a guantazos con los pepineros. Son síntomas. Luces de emergencia que indican que algo no anda bien. Y, sobre todo, un indicador de que los resultados no acompañan.
Porque el Málaga ha sumado cuatro jornadas seguidas sin ganar, baja puestos en la clasificación a velocidad de vértigo y ya ha roto la magia de La Rosaleda de manera abrupta, con dos derrotas consecutivas donde todo era un páramo de victorias. Lo único positivo es que ahora hay tiempo para recargar las pilas y volver con más fuerza.