Patagonia. 1942. En plena Segunda Guerra Mundial, se suponía que no había cabida para un Mundial. No la había para que se jugara cualquier otro tipo de competición, y la más importante del planeta no debería haber sido menos... ¿o sí? Osvaldo Soriano, en un libro de memorias, lo documenta.
Según sus investigaciones y entrevistas, el campeonato tuvo lugar en Patagonia, aunque los planes iniciales es que las sedes fueran rotando. Esto se descartó porque, en pleno conflicto bélico internacional, era difícil encontrar una zona en la que fuera seguro jugar. Además, Argentina era un país neutral en la guerra.
La idea nació de que unos ingenieros eléctricos alemanes que viajaron a Argentina para trabajar jugaban al fútbol en sus ratos libres. Los lugareños se vieron atraídos por este deporte y, poco a poco, se unieron. Entonces, un noble europeo de la zona, Vladimir Otz, comenzó a hacer propaganda de un supuesto "Mundial de la Patagonia".
Pero la mayoría de los futbolistas profesionales estaba en la guerra, así que los equipos fueron formados por los ingenieros alemanes, los lugareños y otros obreros que eran de diferentes países. Había suficiente variedad para representar a Francia, Chile, Argentina, Inglaterra, Polonia, Italia, España e incluso a mapuches y guaraníes. El cuadro se formó así, con ocho equipos.
El césped se cortaba a machetazos en campos de cien metros, no había redes y las eliminatorias fueron de lo más surrealistas. Los alemanes saltaron al campo con cascos y alfileres; los italianos, con pimienta para echársela en los ojos a sus oponentes. El árbitro ni se daba cuenta.
Un grupo de mapuches contra la Alemania de Adolf Hitler fue la final. El encuentro estuvo a punto de suspenderse por las condiciones del tiempo, pero acabó solventándose con un 1-0 para los amerindios. Mito o realidad, todo lo decidió una llamada del canciller -para comprobar que la raza aria había superado a las demás en fútbol-, que despistó a sus jugadores y propició su derrota.