Ver un partido entre Bélgica y Francia es comparable a sentarte en una butaca de cine, con la sala para ti solo, y ver la última película de Steven Spielberg. Un verdadero espectáculo. Al menos para el espectador neutral.
Se vieron frente a frente dos de las mejores selecciones con, posiblemente, los dos mejores tridentes de todo el fútbol. Hazard-Lukaku-De Bruyne por un lado; Mbappé-Griezmann-Benzema por el otro.
Fue el cuadro belga el que dominó durante la primera mitad. Sin Kanté, Deschamps improvisó una defensa de tres centrales, con unos Rabiot y Pogba totalmente perdidos en el centro del campo.
Lukaku, la boya inamovible, y De Bruyne, el faro sobre el que gira todo el ataque, se encontraron una y otra vez para volver loca a una zaga que no se encontraba en el Juventus Stadium.
De las botas del 'citizen' salieron los dos goles de Bélgica en la noche de Turín. Primero, para un Carrasco que jugó con Pavard antes de batir a un Lloris que minutos antes había salvado el tanto.
Pero una parada buena no compensa los dos goles de Bélgica, las dos por su palo. Si Carrasco marcó por la izquierda, Lukaku, con un potente disparo, lo hizo por la derecha.
Noqueado, prácticamente hundido y sin saber a qué jugar, Francia agradeció el descanso. Repasó y repuso sus ideas Deschamps, quien además aprovechó el paso dado atrás de Bélgica en el partido.
Francia tiró de orgullo de campeón, eso que aún le falta a una Bélgica que, pese a tener a la mejor generación de su historia, no es capaz de dar el último paso, el que convierte a los grandes equipos en leyendas.
Creció Francia y se tiró al cuello de una alicaída Bélgica. Aguantó Deschamps con su planteamiento, pero la actitud fue totalmente diferente. Y ahí apareció la calidad individual del ataque.
Primero de un Benzema tocado con una varita en este inicio de campeonato. Marcó entre cinco defensores para dar alas a una Francia que nunca dejó de creer.
Griezmann, otro de los puntales de la campeona del mundo, forzó un penalti que aprovechó Mbappé para desquitarse del sinsabor de la Eurocopa.
Los dos púgiles llegaron a la fase final con la lengua fuera. Nadie quería una prórroga, 30 minutos más de sufrimiento. Ahí llegó la tralla final de un estadio con pocas alegrías este año.
Se pasó de la alegría belga, con el gol de Lukaku, a la tristeza, al ver cómo se anulaba por fuera de juego, y a la decepción, cuando Theo, que como cuando era pequeño, jugó con su hermano, culminó una remontada de aquellas que se recuerdan pasados los años.