En 1994, un genocidio que radicó en el ataque de la etnia hutu sobre la tutsi generó un aluvión de asesinatos y violaciones que las Naciones Unidas han cifrado en varias ocasiones con cifras mareantes. John Carlin, un afamado periodista cuyos reportajes tienden a adquirir especial notoriedad por su calidad y variedad -incluso ha escrito sobre la 'Mansión Playboy'-, analiza en uno de sus textos cómo el fútbol ayudó a reconciliar algunas almas.
"Ruanda es un país predominantemente católico, pero la religión dominante es el fútbol. La pasión por el juego pasa por todas las denominaciones y opera en todos los niveles. En los pueblos pobres del interior, el único entretenimiento disponible para mujeres, niños y hombres es jugar al fútbol, generalmente con algún objeto imperfectamente redondo hecho de trapos viejos", afirmó.
"El indicador más elocuente de la capacidad del fútbol para reconciliar se ve en el equipo nacional de Ruanda (de aquel año), que las poblaciones hutus y tutsis apoyan con igual fervor", escribió. De hecho, se organizó un partido entre once asesinos y once víctimas que sirvió para que los 22 participantes apaciguaran tantos años de malas relaciones.
"El que más goles hizo en el equipo de Ruanda es un joven jugador cuya madre y padre murieron en el genocidio, que vio con sus propios ojos cómo era desmembrado y muerto su hermano mayor. El capitán es un hutu cuyos dos hermanos eran criminales de guerra buscados, que las autoridades ruandesas creían que estaban ocultos en Bélgica", continuó Carlin.