Cuando los responsables del fútbol inglés quieran promocionar las virtudes de sus equipos, que pongan el vídeo el Liverpool-Arsenal. Una oda a la locura, a ese fútbol 'box to box', a la prioridad de la emoción sobre los rigores tácticos. El fútbol hecho manicomio dejó el que será uno de los partidos inolvidables del año.
El campeón de Europa, plagado de suplentes, ante un Arsenal en depresión. La invitación a un espectáculo menor se convirtiío en todo lo contrario. Aunque fuera desde el fallo y lo errático, ambos protagonizaron un partido delicioso, que no dio tregua y que tuvo un final más que digno: la tanda de penaltis.
Se clasificó para cuartos de final el equipo de Klopp, que dio los puñetazos más dolorosos del combate: el primero, el que supuso la igualada en el añadido y el del último penalti en la muerte súbita.
Por eso la sensación es de derrota en los 'gunners', pues conviriteron el 1-0 en un 1-3 y hasta en tres ocasiones llegaron ponerse por delante.
Además de locuras, el choque dejó auténticos golazos. El zambombazo de Oxlade-Chamberlain tuvo respuesta en un cañonazo lejano de Willock. Todo regado con el autogol de Mustafi para empezar y una incomprensible pérdida del Liverpool en área propia que Maitlaind-Niles aprovechó.
En ese y en el 1-3 había participado Özil, que volvió a sentirse futbolista y recordó lo que siempre ha sido: una sucesión intermitente de geniales chispazos.
Los chavales de Kloop dejaron claro que el alemán es capaz de tener a todos enchufados, pese a que sean casi imberbes, para demostrar que forman un ejército de héroes. Origi, el que se puso la capa ante el Barcelona y en la final del Wanda, dio a la locura la perdición de los penaltis.
Y si el tiempo reglamentario dejó muchos errores y más goles que en la muerte súbita, un solo fallo, el de Dani Ceballos, cuyo disparo detuvo Kelleher, cavó la tumba del Arsenal. Lo merecieron los dos, pero la demencia en el fútbol tampoco entiende de justicia.