Anfield sumó otra noche mágica. Una de esas que empiezan con drama y acaban en éxtasis. El Liverpool, que al minuto de partido tenía en el cogote el aliento de un City que se colocaba a tres puntos, dio el noveno puñetazo sobre la mesa esta temporada. Este, si cabe, el más fuerte de todos.
Porque el conjunto de Klopp superó su escenario más complicado de la temporada. El equipo de Pochettino, en un arranque que recordó al del Etihad en Champions la pasada temporada, marcó a los 47 segundos. Eso sí, esa inspiración fue un espejismo, apenas un deseo al genio de la lámpara del partido.
Sissoko se convirtió en el Yaya Touré de hace un lustro y sorteó hasta cinco rivales. Son golpeó, Lovren desvió a la madera y Kane se tiró de cabeza al suelo como la serpiente a su víctima. 0-1 con el sonido de las butacas aún extendiéndose.
El cuadro 'red', poco acostumbrado este año a ir contracorriente, sufrió una desconexión de casi media hora. El Tottenham convirtió ese impulso en una coraza en torno a la frontal para hacer casi invisibles a Salah, Firmino y Mané.
La táctica conservadora pudo haber tenido la guinda a los 25 minutos, cuando Eriksen, en el único momento de la noche en que no estuvo gris, cruzó demasiado un disparo tras pase atrás de Dele Alli.
A falta de mordiente para sentenciar, un héroe con el que tapiar la portería. Gazzaniga, en el día que más se le ha visto desde la tiranía de Lloris bajo palos, empezó a volar de un lado a otro de la portería para ir frustrando todos los remates del Liverpool. Hasta cuatro 'palomitas' en tres minutos evitaron la igualada.
No le sirvió para empatar, pero sí para aterrizar definitivamente en el partido al equipo de Klopp. A partir de ahí, cogió al Tottenham por la pechera y no dejó de zarandearlo.
Gazzaniga, que empezó la segunda mitad igual de sólido, amagaba con amargar la noche. Pero cuando la empresa de demoliciones 'red' comienza a funcionar a toda máquina, parece difícil encontrar un rival que aguante en pie, más aún si se limita a sobrevivir en su propio campo.
De hecho, este Liverpool enamora más desde la desesperación y la necesidad. El espíritu de Klopp se transfunde a los suyos, que se convierten en once diablos de Tasmania. A base de llegar una y otra vez, el primer boleto le tocó a Henderson. En una zona y usando una pierna poco habituales en él, demostró que Gazzaniga es humano.
El 1-1 no hizo sino acelerar la sensación de que la remontada caería. Y así fue. Con el sello de Mané, pícaro para forzar un penalti de Aurier, y el de Salah, que obró la remontada desde los once metros.
Para consolidar la victoria y, sobre todo, la candidatura de un superlíder que no da un respiro y que ha puesto la directa hacia su primer título liguero tres décadas después.