El Racing es más colista que nunca. Lo es por culpa del Tenerife. En su duelo en El Sardinero, los isleños hicieron un trabajo impecable y efectivo. Fueron letales a la contra y aprovecharon los fallos rivales. Los cántabros, por contra, fueron inefectivos, endebles y cayeron de nuevo.
Se empezó a notar en los primeros compases y acabó siendo evidente: la fragilidad defensiva de los locales les iba a pasar factura. Se plantaron en el verde con ideas claras, un buen orden ofensivo y una búsqueda clara de controlar la posesión. Pero les hacían mucho daño a la contra.
En una de estas, Luca se adelantó demasiado a su posición y Joselu le castigó. Chutó desde su casa una vaselina que se coló en la red. Desde entonces, se intensificaron las posiciones iniciales: los santanderinos, moviendo más la bola, pero menos efectivos; los isleños, letales al contragolpe.
Oltra tenía una oportunidad clave al descanso para ajustar las tácticas. Tocaba darle la vuelta a la tortilla, pero le salió fatal. Sus pupilos salieron al campo ausentes y no tardaron en encajar otra diana. Esta vez, fue de Bermejo al rechace de un testarazo al larguero de Joselu.
El Tenerife aprovechó su ventaja para dormir el partido. Dio un paso atrás y cedió el protagonismo. Cuando le tocaba atacar, lo hacía poco a poco, sin jugársela hasta plantarse cerca del área rival. Cuando defendía, lo hacía con calma, pues el Racing seguía siendo inofensivo.
El cronómetro se alió con los isleños y fue lo que mató a los cántabros. Sin alma, sin capacidad de reacción, fueron deambulando por el verde hasta que el árbitro pitó el final del partido menos por el tiempo de descuento. Jon Ander encendió una chispa marcando el gol del honor que casi prendió Figueras de cabeza. Llegaron tarde y la derrota fue inevitable.