Es joven, pero real. No tiene que ver con rachas, su estado natural es hacer goles. Por cuarta jornada consecutiva, el noruego tiró de su equipo, cuya vida en la Champions habría sido más corta de no ser por él. Siete tantos suma ya, qué locura.
Su gol en San Paolo, de penalti, sirvió más para fastidiar al Nápoles que para impulsar a los austríacos. Los de Ancelotti, que siguen sin cuajar, desperdiciaron su primer 'match-ball' de clasificación para octavos y, de paso, se quedaron sin la primera plaza, ahora para el campeón de Europa. El RB Salzburg bien haría en intentar amarrar la tercera plaza cuanto antes.
Lo cierto es que solo hubo dos goles, pero de puro milagro. Hasta 38 lanzamientos computaron las estadísticas oficiales. Solo cuatro de ellos fueron entre los tres palos. El único de los visitantes, a la cazuela de Haaland y su varita.
Fue el Chucky Lozano, bordeando el descanso, quien apagó el amago de incendio en un momento sicológico. El estreno del mexicano en la Champions habló bien de él: recibió y su obsesión por marcar le llevó a un buen recorte y tiro ajustado desde la frontal.
Así que la reanudación comenzó con la promesa de un partido bastante abierto. Pero fue mucho mejor de lo imaginado. Porque ambos prefirieron atacar que defender. Lo hizo más y mejor el equipo de Ancelotti, que no encontró el premio del segundo, aunque sí esperanza para el cambio de dinámica.