Leo Messi se quiso despedir del Benito Villamarín por la puerta grande. Marcó un gol de falta, repitió tras una bella asistencia de Suárez... pero quería llevarse el balón a casa. Y lo consiguió.
Lo logró con un golazo majestuoso, sublime, digno de los genios. Digno de alguien como Messi, que a cada partido se reinventa hasta encontrar en su chistera un truco nuevo.
A cinco para el final, Messi recibió un balón en el área, en una zona escorada, con un bosque de piernas por delante. No tuvo ni que controlar, metió el pie por debajo y gestó una vaselina de las de caerse la baba.
El esférico salió con una curva deliciosa, tranquila y pausada. Pero eficaz, perfecta. Pau se elevó todo lo que pudo, pero el golazo ya estaba dibujado. Qué maravilla, Leo.
El público del Benito Villamarín entendió el nivel del gol y no tuvo más remedio que, en su mayoría, ponerse de pie y aplaudir a un genio al que echaremos mucho de menos cuando ya no esté.