Cuando el fútbol parece que no puede sorprender más, siempre lo hace. En el Carlos Tartiere se apareció la virgen grancanaria que permite dar vida a Pepe Mel en el banquillo de Las Palmas.
Y es que el final fue una auténtica montaña rusa. De la alegría al infierno de la tristeza para el Oviedo, que vio cómo se marchaban dos puntos claves de manera lenta y dolorosa.
El arranque del partido fue favorable al Oviedo, pero poco tardaría Las Palmas en dar un golpe sobre la mesa. Esta vez, el equipo de Pepe Mel no tiró la primera parte como ante el Elche, aunque tampoco creó excesivo peligro.
Ambos equipos volcaban su juego a la banda derecho: en una, con un activo Lemos que este domingo actuó de interior; en la local, con la conexión Carlos Martínez-Bárcenas en pleno funcionamiento.
Saúl Berjón, como de costumbre, volvió a dejar pinceladas de su calidad, pero Raúl Fernández le dio la noche al evitar en varias ocasiones que se marchara a casa con un gol bajo el brazo.
El partido era raro, atravesaba fases muy complejas y el dominio era bastante alterno. El inicio del segundo tiempo obligó a Raúl Fernández a estar alerta, pero poco a poco Las Palmas empezaría a revitalizarse en ataque.
Un centro de Ruiz de Galarreta se acabó estrellando en la madera y el conjunto 'pío pío' empezaba a creérselo de verdad. A la jugada siguiente, Champagne tuvo que estirarse para despejar el testarazo de Deivid. El intercambio de golpes era continuo.
Sería entonces, el peor momento del Oviedo, cuando llegaría el 1-0. Ibra Baldé encontró hueco a la espalda de la defensa, aprovechó el parón del balón por la inmensa lluvia, se hizo hueco ante Raúl Fernández y anotó con la portería vacía.
Se cantaba prácticamente el triunfo en el Carlos Tartiere, pero el fallo de Champagne dejaría helada a la grada. Era la noche de los recién entrados, lo fue para Rafa Mir, que fue el autor del flojo disparo que creo excesivos problemas al meta francoargentino. Un jarro de agua fría por el gol y por el temporal.