El Jumilla se jugaba la vida ante el Ejido 2012. Ocupaban los dos últimos puestos de descenso a Tercera, y el duelo era toda una final por la permanencia en el Grupo IV de Segunda B.
Venía el Jumilla de perder sus tres últimos partidos, y se había metido en graves problemas. Tocaba cambiar la cara, y Carlos Álvarez lo logró desde los once metros.
Cogió carrera, pateó el penalti y superó a Aulestia, anotando en el minuto 41 el que era, hasta ese momento (y hasta el pitido final) el único gol del partido.
Y enloqueció. Arrancó a correr como un poseso, se agachó y arrancó un trozo de césped y lo besó. Pero no se contentó con eso. Volvió a echar a galopar, y se lanzó a deslizarse.
Pero había más. Volvió a levantarse, preso de la euforia, y volvió a tirarse una vez más sobre el verde. Pero en esta ocasión se fue de boca. Con la cara por delante. Y sin manos.
El resultado, un golpetazo contra el césped que a buen seguro le empezaría a doler en cuanto la adrenalina se diluyese en su cuerpo. Pero sin duda, valió la pena. Porque con ese gol, el Jumilla salió del descenso. Le quedan al cuadro murciano dos finales más.