La Supercopa de Europa de Tallin fue la historia de siempre, pero escrita al revés. En ella, el Atlético pudo quitarse de golpe y porrazo todos sus complejos europeos ante el eterno rival de la capital para poner fin abruptamente al reinado europeo del Real Madrid.
Los rojiblancos vieron esta vez cómo las acciones decisivas del partido siempre se decantaban a su favor. Se encontraron un gol a favor en el primer minuto por la pericia de Diego Costa y, ya en la segunda parte, pudieron empatar cuando la Supercopa parecía decidida a favor de los blancos.
Por evitar fatalismos, hasta se libraron de manera milagrosa de un nuevo gol en el tiempo añadido, cuando Marcelo no fue capaz de volear a la red un gran centro de Bale al contragolpe.
La prórroga, esa gran losa en la final de Lisboa y ese quiero y no puedo en la de Milán, esta vez fue claramente suya. Un error infantil de Ramos y Varane lo convirtió en un nuevo golazo marca de la casa Saúl y, casi de manera correlativa, Koke sentenció el encuentro todavía en la primera mitad del tiempo extra.
Una catarsis necesaria para un equipo al que se le clavó una espinita en Lisboa y que con el paso de los años había visto cómo aquella pequeña herida se abría en canal.
La Supercopa de Europa de este 2018, en la que el Madrid pone fin a tres años impecables en Europa, cerró una herida que ya no sangrará más.