No necesita más motivos que jugar el luso para mostrarse insaciable en el campo. Pero la redonda cifra de los 700 era bastante jugosa. Aunque muchos le atribuyen un gol que no fue suyo. Él parecía saberlo a tenor de su reacción en el tramo final.
Cuando agonizaba el choque y buscaba el doblete, fue víctima de una patada trasera de un jugador visitante que no contaba con su llegada. Cayó al suelo esperando que el árbitro señalara los once metros. Pero no ocurrió.
Así que empezó a quejarse, a revolcarse por el suelo como si le hubieran roto el tobillo y luego se levantó desesperado en busca del colegiado.
Transparante en su lamento, como suele ser habitual en él, le imploró de manera inerte que se había equivocado. Sabedor de que ya no había remedio, acabó abrazándole. Puro Cristiano.