Ni Argentina ni Uruguay estaban dispuestas a jugar con el balón del rival. Así pues, fue el colegiado quien tuvo que tomar una decisión.
El árbitro belga John Langenus entró al campo con dos balones y una moneda al aire decidió con cuál se jugaría en cada tiempo.
Argentina, con su balón, terminó con ventaja la primera mitad (2-1). Uruguay, con el suyo, -al parecer un poco más grande y pesado- remontó y se hizo con el título (4-2).
Fue una final insólita. Dos selecciones, dos balones diferentes. Una historia que sólo podía ocurrir en un Mundial.