No fue el día para ellos. Fue una de las derrotas más dolorosas encajadas por el Real Madrid porque los blancos no dieron pie a tal castigo. Llevaron el peso del juego, lo intentaron desde todos los flancos y no dejaron de creer hasta que Suárez sacó las flechas.
El Bernabéu despidió miles de rostros de decepción. El Real Madrid dejó más de una hora de juego notable y de asedio sin pausa. Supieron cómo hacer vibrar los aledaños de su fortín, pero no encontraron la receta para convertir en felicidad esa euforia nacida de ocasiones que se sucedieron una tras otra.
Hubo motivos para soñar y la satisfacción de dejar al eterno rival se rozó con los dedos en la primera mitad. De la mano de Vinicius se desató un huracán en la zona de ataque blanca que no dio tregua en los primeros 45 minutos.
El delantero brasileño no se cansó de llamar a la puerta del gol, pero se encontró un timbre roto. Lo hizo todo de sobresaliente, pero no llegó al suficiente a la hora de recibir las calificaciones dentro del área, bien porque Ter Stegen le hacía suspender los exámenes o por esa falta de mesura que suele llegar de manera paulatina con el paso de los años.
Cargó su mochila de ganas y responsabilidad, pero no le cupo en el bolsillo pequeño la frialdad en el área. Ni siquiera Karim, un experto en ese aspecto, logró destacar. Ter Stegen salvó dos clarísimas en la primera mitad y la mala fortuna también se encargó de llevar al Barça vivo al descanso.
Faltó mucha madurez
Cero reproches para el equipo blanco, porque las ganas de entrar a la final fueron innegables, pero la presencia de valores como Reguilón y Vinicius, a la vez que las ausencias de hombres clave en las últimas temporadas como Marcelo, que no jugó ni un minuto, o Bale y Asensio, que salieron en la segunda mitad, dejó claro que a este Madrid más joven aún le falta cocción. Ahora se extraña más que nunca ese acierto innato de Cristiano Ronaldo.
Los blancos cedieron su suerte a los balones aéreos en la segunda mitad, pero el plan 'b' tampoco funcionó. Ter Stegen volvió a ser decisivo con un paradón a Reguilón tras el primer picotazo de Suárez. Sin llegar el gol y viendo como el Barcelona se ponía las botas con la ley del mínimo esfuerzo, los ánimos decayeron y los blancos acabaron varados en la orilla, exhaustos de tanto remar para nada.