Terminó el partido. Habían remontado un 3-0, convirtiéndolo en un 3-4. Una hazaña meritoria, sin duda, aunque el rival fuera el pequeño Odd Grenland de Noruega. El fondo que ocuparon los hinchas alemanes no paró de empujar durante todo el partido, y cuando éste concluyó, ocurrió una estampa singular.
Todos los jugadores, todos sin excepción, que integraron la expedición hasta tierras noruegas, entraron de nuevo al césped y se fueron sentando, en silencio, ante la grada abarrotada por sus fans. Y allí permanecieron, tomando aire algunos, más descansados otros, mirando en silencio al fondo. Y el fondo les devolvía la mirada, igualmente en silencio.
Un silencio que sólo se rompió por parte de la hinchada, que volvió a gritar, a animar, a jaleal sus nombres. Algo a lo que respondieron los jugadores levantándose y devolviéndoles los cánticos. Y así es como la tragedia terminó en fiesta.
La relación del Borussia Dortmund con su afición es admirable y digna de elogio. El Borussia Dortmund puede que haya vuelto en lo futbolístico, pero nunca se ha ido en lo que a sus incondicionales se refiere.