La Real Sociedad no estaba para épica. O para épica la suya, pensarían los donostiarras, porque estar en una final de Copa 32 años después también puede calificarse así. Solo tres de sus jugadores habían nacido desde entonces; Imanol apenas era un adolescente. Y esta generación, como aquella, tiene hambre de gloria.
El Mirandés, coloso en otro año para enamorarse de su competición fetiche, hincó la rodilla al fin. Si no pudo ser 'matagigante' en esta ocasión fue porque la Real se lo tomó con más aplomo y seriedad de lo que lo hicieron Celta, Sevilla y Villarreal. Desde el once inicial hasta la actitud.
Si los de Anduva contaban con Matheus, uno de los héroes de esta Copa, Imanol puso a jugar por primera vez a Willian José. Otro aviso que se tradujo en el campo. El Mirandés no pudo hacer, no le dejó el cuadro donostiarra, que olvidó que había ganado en la ida para obligarse a ganar en la vuelta.
Que la despedida con honores de los de Iraola no quite un ápice a los de la Real. Porque, en cierto modo, la final ya es un lacre para lo que está haciendo este año el grupo de Imanol. Sencillamente, el equipo donostiarra es de los que gusta ver, que enamora con su fútbol moderno.
Aunque las finales son para ganarlas, ir a La Cartuja es ya un premio para un equipo que ha dejado meses de gran fútbol. Esta Real, ejecutada por jugadores llamativos pero a los que ha convencido su entrenador, juega alegre porque entrena para eso. Tiene mucho talento, pero guiado desde el orden y el esfuerzo.
Por eso se tomó tan en serio la vuelta en Anduva como el asalto al Bernabéu. En ningún momento se pudo ver la sombra de otra víctima ilustre. La Real, pese al 2-1 de la ida, se puso el mono de trabajo y supo leer muy bien el encuentro.
El Mirandés apenas se pudo agarrar a los saques de esquina como método para buscarle las cosquillas a los 'txuri-urdin'. Además de cerrarse bien en bloque, en cuanto pudo se desplegó en ataque. Así, tras dos avisos de Januzaj, llegó el penalti.
Zaldua cabalgó, centró y Malsa cometió unas manos que, si fueran habituales, jubilarían el VAR. Como en la ida, con templanza, apurando hasta el último segundo en el duelo de miradas, el internacional engañó a Limones con un golpeo maestro.
Seguían haciendo falta dos goles, aunque esta vez solo para forzar la prórroga. Sin embargo, las piernas y el ánimo pesaron más que la hazaña. A cuatro del descanso, el varapalo era demasiado fuerte.
Y mayor pudo hacer sido cuando nada más reanudarse el choque Januzaj, empeñado en mostrar su talento, quebró en una baldosa y mandó un misil al larguero. Apenas un remate de Guridi mostró la fuerza de voluntad de un Mirandés que se fue diluyendo más y más.
32 años después se repite la historia: la Real Sociedad estará en una final copera. Ahora estos valientes quieren sellar un epílogo diferente al de aquella y llevarla a casa.