Machín agarró la lámpara mágica a los 70 minutos. Tiró de André Silva y de Jesús Navas. Con la intención de cambiar el sino de un partido lleno de microinfartos. Esos eran solo dos deseos. Faltaba el tercero, el del gol. Sarabia lo hizo realidad. Para cerrar los tres en apenas unos segundos. 0-1 a cinco miuntos del final. Adiós sustos, hola fase de grupos de la Europa League. O casi.
Al Sevilla le sobraba potencial para tener que jugar la previa; al Sigma le hacen falta tipos decisivos como para estar en la segunda mejor competición continental. Llegaron a ser mejores y más peligrosos los checos; estuvieron desorientados los de Machín casi toda la tarde. Pero a la hora de rendir cuentas con la justicia, los tirachinas claudicaron ante las metralletas.
Por la ley del mínimo esfuerzo no pudo hacerlo el cuadro andaluz. Con Gonalons de estreno y Amadou en la extraña posición de líbero, el equipo se presentaba competitivo. Pero no lo fue. Se movió a algún impulso de Aleix Vidal, a impactos del crecido Sarabia. Pero el partido se le estaba poniendo en chino. O en checo, mejor dicho.
Hasta media docena de llegadas claras pudo disfrutar el Sigma para haber dado un buen susto. Hurgó en la irreconocible fragilidad sevillista, pero ni Nespor, ni Houska ni Kalvach salieron a jugar con sangre en los ojos.
Vaclik, en un partido especial por volver a jugar en su tierra, estuvo fino en las pocas veces en que el radar de los locales apuntó entre los tres palos.
El banquillo movió el árbol
Muriel, ese chico de buenas inteciones y nula mirilla, se ahogó en un minuto y renovó su carné de goleador sin gol. Primero de cabeza, rematando como un peluche, luego en un mano a mano en el que se le cruzaron los pies al rematar. Sigue gafado.
Por entonces ya andaba Jesús Navas, que dejó un reguero de polvos mágicos por el ataque derecho. André Silva, que también entendió lo que necesitaba el duelo, se movió bien como segundo delantero para terminar de abrir la lata. Sarabia, casado con el gol y el oportunismo, definió a las mil maravillas.
Como el poema, su gol fue una ducha en el infierno. Y así se quedó el Sigma, frío, frío; los de Machín volverán a casa aleccionados pero aliviados.