Un segundo en el fútbol es un nuevo decorado. Un despiste o un chispazo de inspiración redecoran las caras y llevan las sonrisas de unas camisetas a las del otro color. El Real Madrid salió de su nube de tristeza a un minuto para el final, cuando Marco Asensio hizo una prospección maravillosa dentro del área. Donde había espesura, allí encontró oro puro. Centró Theo por primera vez y remató el balear por primera vez. A uno para el final. Una estadística triste, pero no le hace falta más a quien solo necesita una visita a las musas.
El Leganés, que fue mejor, más dinámico, más insistente, se marchó con cara de tonto y un Everest que escalar en el choque de vuelta. Las mejores ocasiones no le bastaron, Asensio borró el último párrafo del guion. Asensio, ese chico de innato don. Es capaz de imprimir una fuerza descomunal a todos sus remates. Ya son característicos sus golpeos lejanos con el empeine. Lo llamativo del gol de ayer fue la violencia con la que salió su disparo a la escuadra habiendo recurrido al interior del pie. Está condenado a marcar con elegancia.
La última fotografía salió al rescate del Madrid y de la eliminatoria. Pero la impresión general que queda tras esa cortina preocupa. Porque el Madrid sigue triste. Ha dejado de ser ese equipo eléctrico y contagioso. Ahora juega en marchas bajas, con pocas pulsaciones. Y la segunda unidad, la que volvió a pelear la batalla copera, está falta de hambre. Es la única manera de hacer ruido ante Zidane, pero parece que el aire tristón del primer equipo deja esa secuela al resto. Ni siquiera Lucas Vázquez, el hombre copero por excelencia esta temporada, fue capaz de levantar la persiana.
Ese Madrid alternativo fue otoñal, irreconocible. Con Varane de capitán. Con Kovacic tirando fuera a seis metros de la portería. Con Llorente rematando a su propio travesaño. Con Casilla despejando fuera o al muñeco. Con y sin Mayoral, al que para el área fue un bosque. Y todo porque no hubo partitura. Había varios candidatos para tomar la batuta. Dani Ceballos, el que tenía más cuota bajo el foco, dimitió antes de empezar. El sevillano sufrió un 'bocadillo' nada más empezar y luego fue la 'empanada' lo que definió su actuación. La nada. 45 minutos en los que sólo quedó la broma de mal gusto de Kovacic, que más que entrar en el área lo hizo en un túnel.
Banquillos diferentes
El Leganés, bien orquestado de nuevo por Garitano, interpretó el partido con gran mérito. Aguantó sin sufrir y en la segunda parte se desplegó. Le robó la cartera al Madrid y, de pronto, se vio dominador y merecedor. Llorente, otro de los que naufragó, remató a su propia portería e hizo crujir la madera y temblar las gradas de Butarque, entregadas a los suyos y permanentemente enfadadas con el criterio arbitral.
Zidane le tuvo que hacer una cirugía de urgencia al centro del campo en seis minutos. Por vergüenza torera. Isco y Modric portaron los nuevos galones. Pero Garitano le puso pilas nuevas a su ataque con Amrabat. El héroe de la eliminatoria ante el Villarreal, uno de los tipos que mejor 'cuerpea' de la Liga, salió con ganas de mambo. En 20 segundos disparó a puerta; minutos después le dio un caramelito a Beauveu que no canjeó en gol porque Casilla reaccionó con rapidez en el primer palo. Como el desfibrilador que precisaba Zidane.
Y en la orilla, el Leganés naufragó. Ni siquiera se le puede achacar un fallo. Fue cuestión de inspiración. Marco Asensio le tiró un flotador a Zidane. Y las cámaras inmortalizaron su golazo y su sonrisa. No a Ceballos ni a un banquillo gris. Bueno, eso también.