La gloria puede estar de una baldosa a otra, en un minuto o en el siguiente. En el 92', el penúltimo del choque, Gianluigi Buffon salvó un gol in extremis y se revolvió como el tigre que lleva dentro para sacar un tanto que ya se celebraba. Toda la Juve le abrazaba, había impedido una derrota dolorosa abriendo las puertas de los penaltis. Minutos después, Meret era el abrazado, el héroe. La sonrisa cambió de bando.
La vida de los porteros exige un equilibrio emocional brutal. En un partido de nervios y poca lucidez, Meret y Buffon habían sido los mejores, toda Italia miraba a ambos. El meta del Nápoles paró uno, Buffon ninguno, Milik anotó el definitivo y Cristiano, mirada al limbo, ni siquiera tuvo tiempo de patear el suyo. Como en Milan, el luso se había reservado para el quinto lanzamiento, el de la gloria. Pero solo le quedó enfado y un silencio muy doloroso.
Suele suceder que el se adjudica el último impulso anímico del choque triunfa en la tanda de penaltis. Pero la fortuna no quiso casarse con nadie. O decidió premiar las pulsaciones menos agitadas de la tanda de penaltis. Porque Dybala empezó fallando y Danilo, ya en la postura se veía venir, tiró el suyo al cielo de Roma y recordó aquel de Sergio Ramos ante el Bayern.
El Nápoles, infalible desde los once metros, se adjudicó su sexto título copero del Nápoles, que no lo levantaba desde 2014 y que sucedió en el palmarés a la Lazio.
No ganó el mejor, sino el más afortunado. Porque fue una final de piernas bloqueadas, de pocos valientes. Sin Cristiano descollando, como en las semifinales, con el Nápoles agazapado esperando sacar las garras; de hecho, Gattuso clonó su plantamiento ante el Barça en la Champions. La falta de rodaje no ayudó a liberar el talento. Los guantes fueron mejores que las botas.
La ligera sensación de dominio de la Juventus apenas dejó un par de sustos a Meret en la primera mitad. Su parada a Cristiano fue la primera, pero, para parada, la cardiorrespiratoria que tuvieron los aficionados turineses cuando Insigne mandó una gran falta a la madera.
Quizá se le encogiera un poco el corazón al equipo de Sarri, que bajó prestaciones. Todo lo contrario que el de Gattuso, al que le sentó de fábula haber sacado la patita. En cuestión de un minuto, Alex Sandro casi bajo palos, y luego Buffon dos veces, evitaron el zarpazo psicológico en San Paolo.
La vuelta al terreno de juego repitió esos biorritmos. El Nápoles se desperezó un poco más y la Juve, que seguía sin encontrar a su gran líder, apenas vivió de disparos lejanos.
Esa providencia de Buffon en el tiempo añadido fue lo más divertido del segundo periodo. Pero del cielo al infierno hay un punto inermedio, el punto de penalti.