Su forma de ser no nos deja conocer más de él públicamente. Habla poco y por eso, cada vez que puede, Lionel Messi lo hace en el terreno de juego. El argentino había sido noticia esta semana casi sin querer, por alusiones. Y ante el Espanyol demostró que sigue siendo el mejor.
Ajeno a esos premios individuales que tanto le interesaban al principio, en la juventud, y que han pasado a un segundo plano con el paso del tiempo, se vistió de oro y dio una auténtica exhibición en Cornellà.
Más allá de sus dos goles y la asistencia a Dembélé, decisivos para el devenir del choque, queda para la historia de la Liga la manera en la que vació poco a poco el estadio del eterno rival en la Ciudad Condal.
Enseguida se vio que Messi tenía ganas de juerga. El Barça, que empezó tibio, contemporizando, cogió calor al abrigo del rosarino. Sus primeras acciones, balas de fogueo, sólo sirvieron para avisar de lo que estaba por venir.
En el minuto 17 vino lo realmente importante. Messi se cocinó una falta en la frontal tras un doble regate y la facturó a la misma escuadra de Diego López. No es que el portero no se esforzara o se quedara mirando. Se estiró con todas sus fuerzas, en vano.
Pero el argentino no era el único que estaba enchufado en el derbi. Una recuperación de Dembélé casi la convierte Luis Suárez en el 0-2 después de otro pase que era medio gol de Messi y el francés, que mejoró una vez más el rendimiento de Coutinho, puso en la escuadra el segundo tanto después de una nueva jugada en la que Messi hizo lo que quiso hasta darle el pase de gol.
Impotencia 'perica'
Intentó reaccionar el Espanyol con una batería de saques de esquina que no sirvieron para nada, pues quien no hizo de nuevo gol de auténtico milagro fue el Barcelona. Siempre con Messi como protagonista, vaciando poco a poco el estadio, los azulgranas se toparon dos veces casi consecutivas con la madera.
Primero, le sirvió un pase picado 'a lo Laudrup' a Suárez, pero el uruguayo no pudo conectar bien con el balón y, tras estrellarse su remate en el palo, el posterior intento de Vidal acabó en la esquina. Un minuto después, fue el propio Messi el que culminó un contragolpe de Suárez, Dembélé y Rakitic con un cabezazo que no fue gol por centímetros con Diego López batido.
Pero el choque estaba para irse sentenciado al descanso y así iba a ser. En la única jugada peligrosa de la primera parte en la que no intervino Messi, Dembélé vio el desmarque de Suárez y le puso el balón en profundidad. Parecía que se quedaba sin ángulo, pero su chut, que no iba a portería, acabó en las redes después de rozar en la pierna de un desafortunado guardameta gallego.
Fue la última acción de la primera parte y la que calmó un poco el ansia de un Barcelona que estuvo más tímido tras la reanudación. Casi por obligación apretó el Espanyol, pero una vez más sólo sacó el escaso rédito de un puñado de saques de esquina que, si cabe, facilitaron el contragolpe de un Barcelona que ya exclusivamente para él.
Aunque el choque había bajado en intensidad con el 0-3, Messi seguía recibiendo solo y campando a sus anchas en Cornellà. En el minuto 65, el argentino dispuso de otra falta. Parecía más propicia para un centro al área, pero Messi la volvió a pintar de oro con un golpeo a la otra escuadra de Diego López.
Para entonces, Cornellà presentaba un aspecto desangelado, con la afición espanyolista negándose a presenciar un nuevo recital del azulgrana. Messi lo había vuelto a hacer, había sumado otra exhibición en el territorio de un eterno enemigo. Haciendo lo que mejor sabe, responder en el campo.