Está prohibida la palabra "amistoso" cuando Brasil y Argentina se ponen frente al espejo. Pesa la historia, pesa la rivalidad, pesa la calidad de los protagonistas. Sucedía, además, que era la vez número 100 que medían su supremacía en el continente. Igualada estaba. Hasta que un cabezazo de Miranda en el minuto 93 la deshizo.
La foto final es de traca. El capricho saudí de montar un trofeo en casa para atraer a los más grandes se materializó con un escenario sobre el césped del estadio de Yeda en el que parecía que los brasileños recibirían el Mundial. Un montaje de oropel; sí era real la cara de felicidad de los de Tite.
Porque ganar a Argentina siempre tiene un sabor diferente. Y quizá también porque nadie lo esperaba ya. Y es que el 'Superclásico' centenario habría quedado como el de las patadas y las amarillas. Bueno, de hecho lo fue. A falta de fútbol, ver rodar a jugadores de unos y otros por el suelo casi fue el mayor atractivo.
Un líder contra la ausencia de líder
Sin Messi, se apagaron los referentes para el novato Scaloni. Dybala se limitó a un golpeo de falta que, eso sí, rozó la escuadra. Aunque suene extraño, el más desequilibrante fue el 'colchonero' Correa.
Brasil sí se agarró a Neymar. O fue Neymar quien agarró a su equipo. No se arrugó el delantero del PSG ante la cacería del rival, que a los cinco minutos ya le había regalado un par de buenas caricias, con un Paredes hiperestimulado. De falta, con centros, con disparos lejanos, combinando o en soledad, a Ney no se le pudo negar el alma de líder.
Darle el balón al capitán de la 'canarinha' siempre fue un valor seguro. Salvo dos minutos de combustión entre la dupla interista, Icardi-Lautaro, quemó la bola en los pies argentinos.
De hecho, fue Neymar quien porfió el último córner y fue él quien lo convirtió en la asistencia para Miranda. Aunque el copyright tendría que compartirlo con Sergio Romero, quien estuvo muy poco afortunado en su salida. El central del Inter solo tuvo que empujarla.