El fútbol tiene estas cosas. Que un equipo como el Celta sin haber demostrado nada durante un partido es capaz de igualarlo con poco. Capacidad para ello tiene, aunque el golpe para el Valladolid es monumental en plena lucha por la salvación.
Durante un choque con poca chicha hasta los últimos 20 minutos, el Celta quiso, pero no pudo superar a una muralla defensiva bien armada en Balaídos. El Pucela trató de crear con el balón. No es su mejor faceta y lo demostró.
Solo Aspas aportó algo de magia sobre el césped, aunque el Príncipe de las Bateas no tuvo su día. Había mucho en juego, especialmente para el Valladolid, que firmó un partido serio en líneas generales, pero de nuevo pecó de conservadurismo.
Mediante una buena presión, el Valladolid llegó por primera vez a la meta de Rubén Blanco: Guardiola le robó la cartera a Tapia, desacertado, y Weissman obligó a Rubén Blanco, al que le quitaron la roja de Mestalla, a intervenir.
El toma y daca se mantuvo hasta el descanso, cuando ambos reflexionaron para mostrar algo distinto a lo visto en los primeros 45 minutos. La imagen en ataque fue pobre, pero el Celta con algunos zarpazos amenazó con adelantarse.
Cumplida la hora de partido, Aspas estrelló una falta en la frontal en la misma escuadra de Roberto. Diez minutos después, Orellana encontró el premio en una contra bien culminada por Weissman que el chileno aprovechó en un rechace dentro del área.
El ex del Celta lo celebró como mandan los cánones por la importancia que tenía el triunfo. Sergio, desde el banquillo, se echó atrás e introdujo a El Yamiq, Nacho y San Emeterio, demasiados jugadores de corte defensivo...
Le pasó factura al Valladolid echarse atrás, pero no sería hasta el 94' cuando el Celta de verdad apareció con peligro por el área de Roberto. Murillo, entre la pasividad defensiva, cabeceó un buen centro de Aspas e instaló en el último instante un 1-1 que sabe a gloria a unos, y que deja en la estacada a otros.