El futuro tiene una suite reservada para Erling Haaland. Y a base de golpes como el de París aprenderá a encontrarlo y disfrutarlo. Pero son más las cuentas que tiene pendiente Neymar con el presente. Su luz fue la del PSG, que dio un manotazo a los fantasmas que le visitaban cada noche a doble o nada en Europa.
Cuatro años después, la multimillonaria apuesta catarí que es este club se quitó el estigma del fracaso. La remontada fue un tonel de alivio para salir de las arenas movedizas de los octavos en las últimas ediciones. El juego, lo que sugiere, los análisis más allá de su sonrisa, eso es ya otra cosa.
Lo cierto es que hizo sus deberes el equipo de Tuchel. A puerta vacía. Puede que suene oportunista, pero quizá el silencio sentó peor a los alemanes, que en la ida se movieron a la perfección como reyes del bullicio y el barullo.
La frialdad apagó el volcán de Haaland y convirtió la magia de la Champions en una emoción de metacrilato. El choque, nada que ver con el precedente, fue de más a menos. Ni siquiera que el resultado llegara abierto hasta el final dejó intercambio de tortas, apenas quedaron ramalazos con el corazón del Borussia y tímidos amagos de contragolpe en los franceses.
Las anginas de Mbappé proyectaron más responsabilidad en Neymar. Ante un Haaland que apareció por primera vez para ver tarjeta amarilla, y que ni siquiera llegó a chutar en su partido más tímido como aurinegro, invocó el gol en su primera ocasión. Este 11 de marzo no podía estar en el cumpleaños de su hermana, así que ese sacrificio le obliga a ser protagonista de otro modo.
Ney, que se aprovechó de un Achraf muy despistado en la defensa del córner, cabeceó a gol. Su vida es la de alguien rodeada de ojos, de fama, de ruido. No había nadie en la grada para esperarle, pero en el banquillo le abrazaron por todo el Parque de los Príncipes.
Con ese punto de chulería que le caracteriza, se sentó en la zona de banquillos imitando la celebración del 2-1 de Haaland en la ida. Con el gol y ese gesto se lo decía al noruego: aquí mando yo. Era el gol 400 de su carrera. A Haaland le faltan 341.
Las musas, que sí habían acudido, empezaron a hablar español en Francia. Sarabia, el Mbappé de cataplasma, centró; Bernat, que por ahí pasaba, punteó el 2-0 y el trasero de un Borussia Dortmund apenas cosido al merodeo de Jadon Sancho ante Keylor Navas.
La promesa de trepidación para la reanudación no se cumplió, por más que todo comenzara con nuevos colmillos alemanes y Burki volando a la escuadra para frustrar a Di María.
Hubo cambios, ofensivos de Favre, contenedores de Tuchel, y sensación de susto y ganas de zarpazos. Pero nada. Ni la entrada de Mbappé, con media hora para oler sangre, aceleró el pulso.
La roja a Emre Can tras una tangana súbita fue lo más animado. Neymar no marcó el segundo gol, pero sí fue mosca cojonera ante el alemán para provocarle y empaquetarlo al banquillo con una roja. Ahí con cinco de añadido por delante, acabó realmente el partido.
Porque Haaland enamora. Pero Neymar seduce y desespera, y esa es la lección que mejor puede aprender de su primer mal rato europeo. El brasileño también es un tipo hambriento. Y su varita mágica aún quiere saldar una deuda con la Champions. Esta vez sonrió él.