Una década completa y casi exacta transcurrió desde el penalti de Fàbregas a Italia hasta el de Aspas ante Rusia. Diez años en los que, tras asombrar al mundo, España terminó perdiendo estilo, juego. Se cayó el pelo, las piernas ya no respondieron como antaño. España envejeció y se esfumaron las ganas. Se acabó el hambre y en Moscú, ciudad a la que se fue a por el oro, sólo se encontró la hiel.
Todo por culpa de muchos culpables y casi ningún inocente. 'Entre todas la mataron y ella sola se murió', dice un refrán que refleja perfectamente lo que fue la España de Lopetegui, que pasó a ser la de Rubiales hasta recaer por obligación en Fernando Hierro. Demasiados giros de guión para un equipo que engulló rival tras rival en los últimos dos años.
Pasar de arrasar a Italia o Argentina a pifiarla ante una selección sin absolutamente nada como la rusa no es producto de la casualidad. No es que la pelota no entre, los pases no lleguen o De Gea no pare. El análisis debe ser más profundo y tocar de primero al último. Empezando por Lopetegui y terminando, por supuesto, en los jugadores.
El 'Krasnodargate' fue sin duda el incendio total, del que por una cosas u otras el equipo no se repuso. Ni el Madrid ni Lopetegui midieron con acierto los tiempos, por mucho que su voluntad fuera que todo quedara aclarado antes del Mundial. El anunció exasperó a Rubiales, un presidente novato cargado de impulsos. Puso por delante el orgullo y la ética, pero obvió un grupo acostumbrado a ganar bajo el manto de Lopetegui.
El ex seleccionador terminó de vuelta a España, con el cartel de haber deshonrado a la patria en la frente. Rubiales puso el orden y la sonrisa, amparado en una generación única de futbolistas. Jugadores que, en muchos casos, aprendieron a ganar por costumbre en una fase de clasificación impoluta.
No sólo se cambió el entrenador a dos días del Mundial, se cambió a la persona. Al líder, como dijo Koke tras caer en octavos. La plantilla se vio huérfana y con un entrenador, Hierro, cuya única aventura había sido no conseguir los objetivos en el Oviedo, en Segunda. Ya acostumbrado a la diplomacia más que a los banquillos, a Hierro le vino todo grande.
Como ocurrió con los jugadores, a los que la culpa también les atañe. Sólo un ratito ante Portugal se puede destacar. Irán y Marruecos dejaron en cueros a España, que se fijó demasiado en De Gea olvidando que el equipo no jugaba un pimiento. A la Selección se le vieron todas las costuras ya en Moscú. Más de 1.000 pases para un juego inerte, sin profundidad, en un choque en el que los que fueron reyes demostraron que es la hora de abdicar.
Iniesta, Silva o Busquets representan los mejores años de España, pero ahora son héroes venidos a menos. Los jóvenes, salvo un Isco al que España siempre se agarró, no fueron el cambio esperado. Tocó debacle, tocó perder en la lotería de los penaltis, a la que se llegó después de que Kuipers y el VAR dejaran en anécdota un posible doble penalti a Ramos y Piqué en la prórroga.
El cambio a partir de ahora es obligado. Las quinielas para el futuro seleccionador ya han comenzado, no queda otra. Queda el regusto amargo del equipo que aspiraba a todo y se quedó en la nada. Soplándole a la sopa fría, que cantaba M Clan. Demasiados culpables para tanta decepción.