El Real Madrid arrancó el encuentro con brío, queriendo asumir el protagonismo con el balón, en aras de mejorar la imagen pesimista y acomplejada que le persigue entre lesiones y malos resultados en esta convulsa temporada, que ha erosionado el aura de campeón del que siempre presume.
Una vez más, el Madrid demostró que no hay que dar por muerto al difunto. Luka Modric, perseguido por las críticas tras su Balón de Oro, recuperó su mejor versión, alegrándole la cara al equipo, siendo el guía blanco en pleno ostracismo de identidad futbolística.
No obstante, el Sevilla, un conjunto serio y compacto este curso, fue meciendo el ímpetu inicial de los locales, neutralizando sus buenas intenciones hasta equilibrar el juego, ridiculizando la estéril voracidad de un rival que se asomaba a la frontal de Vaclík con fuegos artificiales.
Solari mantuvo a Isco y Marcelo en el banquillo, premiando las últimas actuaciones de Ceballos y protegiéndose de Jesús Navas con Reguilón. En ataque, Vinicius galopaba y erraba como de costumbre. El brasileño desaprovechó un mano a mano en los primeros compases del encuentro.
El paso por vestuarios liberó a ambos equipos de sus cadenas. Solari y Machín firmaron el correcalles y el Santiago Bernabéu celebró el toque de corneta de su nueva caballería. Con Cristiano en Turín y Asensio y Bale en la enfermería, al Madrid solo le quedaba encomendarse a Benzema y a su medular.
En la recta final del encuentro, Casemiro cargó la pierna y sorprendió a Vaclík con un obús espectacular. El tanto del brasileño puso en pie al Bernabéu y envió a la lona al Sevilla, grogui, sin capacidad de reacción, ante un cuadro local ávido de gloria y reivindicación.
Después de que Mateu Lahoz frenara un contragolpe de Benzema cuando corría solo hacia la portería del Sevilla, Modric aprovechó la urgencia del Sevilla para robar y firmar el 2-0. Una imagen vale más que tres puntos para un Real Madrid que recordó al Real Madrid.