Cuando alguien pregunte por qué gusta el fútbol, solo tiene que poner los 120 minutos del partido en el Juventus Stadium. Juve y Oporto dieron toda su alma, su fuerza y su corazón para dejar un partido de los que hacen afición.
Pocos confiaban en el cuadro luso cuando vieron el cuadro que le tocaba. Pero si en Oporto demostró tener pegada, en Turín mostró su aguante cuando podía estar sobre la lona, con un hombre menos y con media hora para no recibir un gol más.
Conceiçao se convirtió en un entrenador de primer nivel. Superó a Pirlo en todas las vertientes. En el planteamiento inicial y cuando se vio con diez jugadores, metió a Luís Díaz para meter miedo. Y vaya si lo hizo.
Corazón de Pepe
Pero el milagro portugués no se puede entender sin Pepe. Terrateniente el central luso, pese a encajar tres goles. Salvó el que podía haber sido el 'hat trick' de un imperial Chiesa. Escondió a su amigo Cristiano, al que no se le vio en el partido, y dejó seco a un Morata desatinado de cara a puerta.
Puede dar gracias el Oporto a que Pepe llegase a tiempo, duda hasta última hora. Y es que el ex del Real Madrid apareció en todas las parcelas del área. En ataque para rematar. En defensa para cortar toda acción peligrosa.
De su corazón llegó el ímpetu que necesitaba el Oporto cuando las piernas fallaban. A sus 38 años despejó en 18 ocasiones, hizo una chilena en el último minuto y permitió sobrevivir al Oporto.
Antes, Demiral cometió un penalti de novato en estas lides. Taremi, que se marcharía expulsado, fue lo suficientemente listo como para dejar la pierna, forzar los once metros y dejar a Sérgio Oliveira hacer soñar con el pase.
Orgullo de Chiesa
Si hay un hombre de la Juventus que se salva en toda la eliminatoria, ese es Chiesa. Vivió su primera gran noche europea el hijo de Enrico, al que ya hay que llamar D. Federico.
Marcó en la ida el gol que dio vida a la Juve, y realizó un partido imperial en la vuelta coronado con dos goles. Primero, nada más comenzar la segunda mitad, al colocar el cuero en la escuadra de Marchesín.
La expulsión en dos minutos de Taremi dio una vida extra a la Juventus, la cual aprovechó de nuevo en la cabeza de Chiesa, para dar aún más emoción a la última media hora de partido.
Ahí fue valiente Conceiçao. Metió a Luís Díaz cuando el partido podía pedir a un defensa. Provocó que la Juve no viviese constantemente en el área de Marchesín.
Desaparición de Cristiano
El choque reclamaba la aparición de un héroe que no apareció. Cristiano Ronaldo estuvo ausente en el Juventus Stadium. Ni siquiera cuando el cansancio hizo mella en la defensa, estuvo el portugués.
El pitido final de Kuipers dejó un poso de respiro al Oporto. El plan de Conceinçao era claro. Dejar pasar los minutos y, de tener una, aprovecharla.
Vaya si la aprovechó, de nuevo con Sérgio Oliveira. El mediocentro, pulmón del equipo en todo momento, cogió mucha carrerilla, tiró fuerte raso y vio cómo por arte de magia la barrera se abría, Cristiano miraba impasible y el balón se colaba en la portería de Szczesny.
Se agarró al milagro Pirlo. Al milagro que estuvo a punto de suceder después de que Rabiot, un minuto después, pusiese el 3-2 en el electrónico. Pero los segundos fueron más rápidos para la Juve que lentos para el Oporto. Portugal, que no Cristiano, reinó en el Juventus Stadium.