El Borussia perdía, y Favre hizo uso de su arma no tan secreta, un Youssoufa Moukoko con una capacidad goleadora que temen en Alemania que se traslade a la élite. Pero antes de saltar al terreno de juego, Marco Reus se encargó de aleccionarle.
Un capitán está también para estas cosas. Incluso cuando no porta el brazalete. Reus fue suplente ante el Eintracht, pero cuando Moukoko se dispuso a saltar al terreno de juego, ejerció.
El partido se había ido al descanso, y Moukoko se disponía a entrar, en sustitución de Dahoud, para jugar la segunda parte. Y mientras compañeros y rivales se iban colocando sobre el terreno de juego, Reus agarró al joven delantero para hablar con él.
Lo que le dijera quedó entre ellos, pero no es difícil suponer de qué pudo ir la conversación. Le transmitiría tranquilidad, le diría que jugase y se diviertiese, que se olvidase de la presión y del resultado. Que si era él mismo, todo saldría bien.
Y así, saltó Moukoko al partido, con 45 minutos por delante para demostrar de qué es capaz, y con el respaldo de su capitán, Marco Reus.
¿Surtió efecto? Pues al menos en sus primeros minutos, no. La inexperiencia pesa, y Moukoko estuvo demasiado nervioso y ansioso, hasta egoísta con el balón.
Con él en el campo el Borussia empató el partido (gol de Reyna), pero Moukoko no pudo poner en práctica nada de lo que seguro que tenía en mente. Otro partido por el que pasa sin pena ni gloria, confiando en que la presión no le pase factura a su autoestima.