Las llaves de San Pedri

Las llaves del cielo no, pero las del Barcelona sí que las tiene. Pedri, San Pedri, se ha sublimado. Lo que un día mostró a chispazos en Las Palmas, lo que durante unos meses sembró en sus arranques como azulgrana, ahora es un armazón consolidado. Y maravilloso. Las lesiones han quedado en el vertedero. Y ha aparecido un futbolista sublime. Es mago. Es farero. Es capitán silencioso. Es solución a los problemas. Es una bombilla que prende en cada balón que acaricia. Es la explicación de que el Barcelona, hace unas semanas a 7 puntos del liderato, se acostara este domingo encima de su cogote, a solo 2.
De dieta. De hábitos extradeportivos. De pareja. De gimnasio. De algo, o de todo, ha cambiado Pedri, algo que le ha permitido encontrar su versión más estable y superlativa. Ha dejado los dramas musculares y ha alcanzado un nivel de fe en sí mismo alucinante. Juega a 50 pulsaciones, optando siempre la opción correcta, sin precipitarse. Como en la asistencia teledirigida a Fermín para el 1-2, la clave para detonar un partido que se le había hecho bola a los de Flick hasta el momento.
Reducir el engranaje azulgrana a Pedri es inexacto. Pero el origen de muchos circuitos, los cruces de caminos, la velocidad a la que se juega, todo ello fluye desde el canario. Hubo más piezas significativas. La de Fermín, además, excesivamente protagonista. Tiró de él Flick al descanso por un Gavi inestable que se había ido al intermedio con amarilla. Lo primero que hizo el onubense en el campo fue cabecear picado ese regalo de Pedri. Y casi lo segundo que firmó fue una amarilla ante Sow que Hernández Hernández, previa parada en el monitor del VAR, convirtió en roja.
Estaríamos hablando ahora de un choque más comprimido de no ser porque entre una acción y otra Raphinha firmó un gran latigazo a gol. El brasileño, muy sombrío hasta entonces, demostró que esta temporada incluso en los días raros puede brillar. Vio un hueco, sorteó a Badé y zas, gol con la pierna mala, si es que eso se puede decir de un jugador brasileño.
El Sánchez-Pizjuán se convertía en alfombra roja (y azul). Algo impensable tras una primera mitad volcánica, vibrante, de chispazos e igualada en el marcador, pero no de biorritmos. Lewandowski había firmado el 0-1 en el minuto 7 tirando la caña en el área pequeña. Literalmente en el saque de centro, 5 pases del Sevilla y una gran lectura del riesgo barcelonista en el fuera de juego, permitieron a Vargas hacer el empate.
Y en ese zarandeo emocional, decíamos, salieron mejor parados los de García Pimienta. Se asentaron y siguieron en su papel de víbora dentro de una cesta de mimbre. El Barcelona, enrarecido y medio noqueado, se mostraba torpón. Lamine Yamal encaraba y no producía. Raphinha no estaba. De Jong, que venía al alza, cotizó a la baja.
El voltaje que Fermín le imprimió a su equipo y ese ángel que le suele acompañar de cara al gol cambiaron el panorama. No tuvo que lamentar el onubense haber dejado a los suyos con uno menos. El Sevilla, sin colmillo, no halló la manera de jugar la única carta que tenía a su favor. Es más, lo que llegó fue el 1-4. En una acción que ni Marcao ni Badé acertaron a despejar, Eric García, que llevaba un rato en el campo para amurallar el centro del campo, firmó la sentencia. LaLiga, con 3 equipos en 2 puntos, se pone más preciosa que nunca.