Dijo en la previa Valverde que no le daba urticaria admitir que había dependencia de Messi porque para eso es el mejor. Seguramente, esa era la mejor manera de afrontar el primer partido sin él. Lo único que rascó el Barcelona fue el triunfo: para imantar el liderato de Champions y para llegar rearmado al 'Clásico'.
El barcelonismo tendrá que buscar un buen tratamiento mental para cuando Messi se retire. Lo de ahora será tan solo un simulacro de varios partidos. Lo suficiente para hacerse cierta idea de lo doloroso que puede ser. El fútbol sin él es posible, igual que la cerveza puede ser sin alcohol. Pero no es igual, claro. Aunque el Barça al menos pudo brindar por su estrella.
Brindar por el triunfo, por el pase encarado a octavos y por el puñetazo en el grupo para acabar como líder. Por el paso adelante de Luis Suárez, por cómo va levantando la cabeza Arthur. Por el todoterreno de Jordi Alba. Por dejar la puerta a cero y por solventar con otra victoria el segundo de los encuentros complicados de la semana.
No hubo brillantez, sí contundencia. No hubo magia, sí oportunismo. No hubo Messi, sí dos goles. El delantero argentino se sentó tras el banquillo. Sonriente, relajado. Con sus hijos. Dándole naturalidad a su brazo en cabestrillo, de algún modo queriendo mostrarse cerca de los suyos. Esas musas también suman.
La variante del morbo
El primer maquillaje de Valverde fue Rafinha. Casi más por desconfianza en Dembélé y en Malcom que por apuesta. Pero le salió de fábula. Y tanto. Fue el propio canterano el que abrió la lata después de un par de sustos italianos.
Pobre Rafinha, en su primera titularidad y su primer gol no pudo dar rienda suelta a la pasión; estuvo cerca de regresar al Inter en verano, algo que deseaba con todas sus fuerzas, así que se limitó a sonreír para festejar el tanto.
El gol fue fundamental para sacar a los de Spalletti de su trinchera y al Barcelona de su ritmo anodino. No estaba muy allá pero se puso por delante. Una historia que ha pasado muchas veces; solo que en el guion ponía que era Messi quien rompía ese letargo.
A falta del líder, la responsabilidad cayó en Luis Suárez. Como si su amigo y socio en la delantera le hubiera tirado el ramo de la boda. Él lo agarró con más ansias que nunca. Porque el charrúa, un adicto a su propia sangre, no vio menguadas sus ganas por su paternidad de horas antes. Al contrario, sumó una motivación más a su inagotable catálogo.
Fue de poco a mucho y se marchó frustrado ante un Handanovic que le bajó siempre la persiana. Fue un pim, pam sin pum. Hasta Brozovic, que se tiró al suelo tras la barrera intuyendo su tiro por bajo, un claro guiño a Messi, le puso el cartel de "prohibido el paso".
Jordi Alba, en sus boda de plata con la Champions, uno de los que más echará de menos a Messi por la bonita sociedad que forman, le regaló a Valverde la asistencia y al argentino un homenaje. Por esa banda por la que tantas veces combinan se coló para definir el 2-0 de la calma a siete minutos para el final.
Messi sonrió, festejó y se marchó al vestuario. Sabedor de que la primera batalla estaba en el bote, por el momento hay más balas. Líder de LaLiga y líder de Europa, el Barça no necesita llorar por ahora. Y jugará el 'Clásico' con más kilos de confianza que su rival.