La permanencia, única luz en la oscuridad y el caos de Nervión

Cuando pasas de pavonearte por Europa durante años a pelear por una permanencia agónica significa que las cosas se han hecho mal. Y el Sevilla lo lleva haciendo mucho tiempo. El cuadro hispalense, otrora fijo de la zona noble de la tabla, se hundió en una Liga 2024-25 en la que salvar la categoría ha sido la única nota positiva porque la amenaza de un descenso a la Segunda División fue muy real casi hasta el final del campeonato liguero.
El mal rendimiento del equipo, con pocos jugadores teniendo un año rescatable, ha ido acompañado de una crisis institucional sin precedentes en este siglo XXI. Lucha de poderes por controlar el club que han afectado a la parcela deportiva, ya mermada por el panorama económico de la entidad, y que ha hecho estallar una guerra abierta con la afición que apunta a ser un grave problema de cara al próximo curso.
La turbulenta campaña del Sevilla hizo que dos técnicos desfilaran por el banquillo del Sánchez Pizjuán; una apuesta y un bombero. La apuesta, finalmente fallida, fue García Pimienta. El ex de Las Palmas arrancó la temporada, pero no supo dotar al equipo de una identidad de juego ni conseguir los resultados esperados. Una buena racha en un mal momento le hizo tomar aire e hizo que el Sevilla renovase su contrata, pero semanas después la directiva le bajó el pulgar tras 31 jornadas y el equipo solo siete puntos por encima del descenso.
La solución de urgencia, el mencionado bombero, fue Joaquín Caparrós. El mito del cuadro hispalense, a modo de escudo y revulsivo, asumió las riendas para un tramo final en el que el calendario daba auténtico terror. Con escaso fútbol y con altas dosis de dramatismo, el de Utrera pasó este purgatorio sumando los puntos justos y necesarios para asegurar la permanencia y evitar que la etiqueta del descenso pesara sobre su conciencia.
Dentro de la mala temporada del Sevilla en líneas generales, un jugador puede ir con la cabeza alta, pues a nivel individual sí que cumplió en gran medida con su parte. Fundamentalmente, números en mano, no puede ser otro que el belga Dodi Lukébakio, gran amenaza hispalense en ataque durante la mayor parte del campeonato.
El ex del Hertha Berlin fue el máximo anotador sevillista en Liga (once dianas), marcando goles vitales para el devenir de su equipo en múltiples partidos. Betis (1-0), Girona (1-2) y Espanyol (0-2) son tres victorias fundamentales que los aficionados hispalenses pueden anotar en la cuenta particular de Dodi.
Más allá de Lukébakio, es complicado señalar a más jugadores de la plantilla que hayan brillado en la mediocridad. La entrega y el compromiso de Gudelj están fuera de toda duda. Atrás, dentro del naufragio defensivo, el francés Badé dejó algún que otro destello, demostrando que quizá pueda brillar con luz propia en un contexto más favorable. La casta y las tablas de Kike Salas y Carmona también son destacables.
El resto de la plantilla del Sevilla salvo los citados anteriormente podría estar aquí. Mención especial para un Saúl que sigue sin levantar cabeza y está a años luz del jugador que un día fue en el Atlético de Madrid. Bajo palos, Nyland sigue sin convencer, mientras que jugadores como Ejuke fueron desapareciendo paulatinamente y quedándose sin la opción de demostrar nada. Lo que vino en el mercado de invierno resultó completamente intrascendente.
La pésima temporada del Sevilla le coloca en la zona baja de la mayoría de estadísticas positivas. Eso sí, a nivel negativo, el cuadro hispalense sí que se deja ver muy a su pesar en varias facetas:
- 17º clasificado, su peor posición en el siglo XXI
- 8 expulsiones, el equipo con más de todo el torneo
- 178 duelos defensivos ganados para Carmona, el cuarto que más ganó
- 38 partidos de Lukébakio, único sevillista en disputar todos los partidos de la Liga
- 3 goles de falta encajados por Nyland, el que más en la competición