Se trata de Robert Hill Bruce Lockhart, un noble escocés cuyo nombre aparece ligado al germen del fútbol ruso, allá por la década de 1910.
Lockhart fue enviado a Moscú por el Foreign Office, el ministerio de relaciones exteriores de la Corona Británica. Fue nombrado vice cónsul, pero su labor era de todo menos diplomática.
Bajo la fachada del consulado se escondía el más puro y duro espionaje. Su labor no era otra que la de modernizar la inteligencia británica en el decante Imperio Ruso, agitado y a punto de estallar por las tensiones internas.
La prensa rusa dio la bienvenida por todo lo alto a nuestro protagonista, pero cometió un error. De él se dijo que era un gran deportista en Gran Bretaña, pero ese era su hermano, jugador de élite de rugby y cricket.
Él no le dio mayor importancia al asunto, pero los ciudadanos británicos estaban muy cotizados en el recién nacido campeonato ruso de fútbol. Tener un inglés en tus filas por aquel entonces era el equivalente a fichar a un brasileño en los años 90, garantía de éxito.
Fue 'reclutado' por el Orechovo-Zuevo (OKS, para abreviar, futuro Dinamo de Moscú), un equipo de fútbol de una fábrica textil moscovita. Se convirtió así en el sexto británico del equipo, junto a McDonald, Grennwood, Wavell (quien llegaría a Mariscal de Campo en la Segunda Guerra Mundial) y los hermanos Charnock.
Se tragó el orgullo y dejó de lado la flema británica y accedió a codearse en los terrenos helados de juego junto al proletariado ruso, formando parte de un equipo invencible.
Prácticamente sin rival en el campeonato doméstico, el OKS empezó a jugar contra rivales de fuera del Imperio. Lockhart, en sus memorias, recuerda una anécdota contra un combinado germano.
Rusia permitió que fuera un árbitro alemán el que dirigiera el encuentro, y éste se mostró demasiado permisivo con sus compatriotas. Lockhart estalló y se lo recriminó... Y se jugó la expulsión.
"Tenga cuidado. Oí lo que dijo. Si vuelve a usar ese lenguaje le expulso", le contestó el colegiado. Lockhart se apresuró a pedir perdón. Que el vice cónsul británico en Moscú fuera expulsado por su lenguaje soez era algo inaceptable para un noble como él.
Su fama creció como la espuma en el Foreign Office, y pasó a la embajada de Petrogrado (hoy San Petersburgo), donde informó a Londres del estallido de la Revolución de Octubre y el nacimiento de la Unión Soviética.
Volvió a un Moscú ya dominado por los bolcheviques y continuó informando de las novedades que se vivía en el convulso país, sumido en una guerra civil.
Una situación que estuvo a punto de costarle la vida, algo a lo que los espías deberían estar más que acostumbrados.
Su nombre apareció relacionado con un frustrado intento de asesinato contra Lenin, y rápidamente fue apresado y conducido a la Lubianka, el cuartel general de la policía secreta soviética, la futura KGB, llamada Cheka en aquel momento.
Se salvó de la ejecución por espionaje por un hábil movimiento de Londres. Apresó, sin motivo aparente, al representante soviético en Gran Bretaña, y realizó un intercambio por Lockhart.
No volvería a pisar suelo ruso. Si lo hacía, sería ejecutado al momento.
Durante la Segunda Guerra Mundial realizó labores de propaganda y se convirtió en el enlace entre el gobierno británico y el checoslovaco en el exilio.
Terminada la contienda, volvió a dedicarse a la escritura. En el periodo de entreguerras, tras su destierro de Rusia, publicó su autobiografía, 'Memorias de un agente británico'. No fue su única obra.
Falleció en 1970, a los 83 años de edad. Robert Hill Bruce Lockart, diplomático, espía, futbolista por error y, al menos eso dicen, un mujeriego. Una vida de película.