Cuando uno piensa en Rusia, inmediatamente se le vienen a la cabeza varias ideas preconcebidas: frío, nieve, gorros peludos, gruesos abrigos, vodka, soldados uniformados y gente que baila algo extraño haciendo sentadillas.
Pero Rusia es mucho más que eso. En un país con 17 millones de kilómetros cuadrados, que va del Báltico al Pacífico, del Ártico al mar Negro y el desierto del Gobi, hay sitio para muchas cosas. Y mucha gente.
Rusia ofrece un abanico casi infinito de culturas diferentes, unidas prácticamente sólo por un idioma y un alfabeto comunes. No hay dos sedes iguales, y la arquitectura, clima, cultura o geografía de cada una de las ciudades es completamente diferente al resto.
Cuando en 1991 se disolvió la Unión Soviética en las diferentes repúblicas que hoy en día son la tortura de todo estudiante de secundaria, el capitalismo entró a sangre y fuego en el otrora férreo sistema comunista.
Las desigualdades sociales que se viven en Rusia más de 20 años después son alarmantes, aunque el gobierno trate de paliarlas a marchas forzadas. Al pueblo soviético se le vendió un sueño con unos efectos secundarios que nadie vio venir, y que hoy en día muchos sufren.
El nivel de vida sorprenderá al ciudadano occidental que tenga la fortuna de poder permitirse un pasaje hasta Rusia y una entrada o dos para el Mundial.
Verá aeropuertos, hoteles y estadios de última generación, en contraposición con los asequibles precios del día a día. Por ejemplo, un billete sencillo del Metro de Moscú cuesta 80 céntimos de euro al cambio, mientras que en Madrid no baja del euro y medio. Y, francamente, no hay comparación.
We rode the subway in #Moscow — and it put American public transportation to shame: "New York’s MTA executives could learn a few things from this metro system" | @moscowgov @MoscowMetro | https://t.co/puEcvbqnEQ | pic.twitter.com/7GMsAPv4Mr
— Marcel Sardo (@marcelsardo) 6 de diciembre de 2017
El mayor impedimento para el turista occidental es, más allá del idioma, el alfabeto. El alfabeto latino escasea en los carteles, y el inglés, aunque poco a poco se infiltra en la vida rusa, sigue brillando por su ausencia.
Sin embargo, uno se sorprenderá de lo relativamente comprensible que resulta el ruso cuando aprende la equivalencia de los caracteres. Sin embargo, los ayuntamientos de las ciudades sede no son tontos, y saben de esta dificultad, por lo que la cartelería urbana será renovada en la medida de lo posible para hacerla universal.
¿Y el vodka? ¿Es el agua de los rusos? Bueno, sí. El tópico se hace realidad, porque, de hecho, la palabra 'vodka' tiene la misma raíz que la palabra 'agua'. Comer con vodka es normal, aunque no es como los españoles con el vino.
La recomendación para evitar disgustos en una buena sesión de vodka resulta ser beber un poco unas horas antes. Así, como suena. El clásico trago corto para ir entonando el cuerpo. No debe faltar algo de comida. Ya saben, para hacer 'masa'. Y se bebe solo y en pequeños sorbos.
Y siempre con cabeza, moderación y responsabilidad. Lo último que uno querrá en Rusia es comprobar si el tópico de lo violentos que son los rusos es real.